Cuando uno va a una manifestación siempre se expone a que haya reparto de guantazos. Así ha sido siempre. Yo estuve en unas pocas cuando era más joven y alguna vez estuve bajo la atenta mirada de los antidisturbios (relajados, con el casco quitado y la porra guardada en el furgón o lechera, todo hay que decirlo), pero tuve nunca que poner pies en polvorosa. Mi hermana, algunos años mayor que yo, sí tuvo que hacerlo. Concretamente fue en los incidentes ocurridos tras el entierro de Manuel José García Caparrós, impunemente asesinado por la policía en 1977. Eran otros tiempos. A mí me tocó vivir en mi juventud tiempos de bonanza económica en que los ánimos no estaban encrespados y protestábamos por temas como el servicio militar obligatorio y las pobres ayudas al desarrollo para los países del Tercer Mundo. Hoy el tema es diferente. La clase política de nuestro país ha llegado a cotas de desvergüenza que dejan en mantillas los manejos de Berlusconi y otros de su ralea, el estado del bienestar se va al carajo y la gente está cabreada. Pitotes como el que hemos visto estos días en las inmediaciones del Congreso de los Diputados no se explican sino en un clima de profundo cabreo, insatisfacción, decepción e impotencia. Un movimiento como el 25S no surge sino con la base de la desesperación.
A demasiada gente se le está yendo la pinza últimamente. Se le va a los idiotas que van a las manifestaciones a tirar piedras con la cara cubierta (eso no es nuevo, también existía en mi época) anarquistas de fin de semana idiotizados por caudillos que son auténtica carne de presidio. Se le ha ido la pinza a Dolores de Cospedal, comparando al movimiento 25S con los golpistas del 23F . Se le ha ido la pinza a Mariano, dando entender en Nueva York que en España los únicos que están hasta los mismísimos son los que van a las manifestaciones. Se les ha ido la pinza al secretario general del Sindicato Unificado de Policía y a la delegada del Gobierno en Madrid, defendiendo la actuación policial. Se les ha ido la pinza porque la actuación policial ha sido una chapuza, propia de desquiciados: un prodigio de desorganización, indisciplina, mando descoordinado, brutalidad, cobardía e irresponsabilidad. No hay más que ver los vídeos que circulan por Youtube. Vemos un agente de policía quedando aislado de sus compañeros y siendo vapuleado por los cafres de turno, agentes aporreando a personas indiscriminadamente, agentes arrastrando a una chica camino de la lechera, agentes golpeando por la espalda a manifestantes que intentaban apaciguar a los demás, agentes disparando bolas de goma en el interior de la estación de Atocha… Una bola de goma (material que ya se ha dejado de utilizar en los países decentes) es impulsada por un cartucho de pólvora a 200 metros por segundo. ¿Se imaginan el daño que puede hacer? Además disparada bajo techo, pudiendo rebotar en todas direcciones. Ha sido una animalada. Los profesionales hacen las cosas de otra manera. Esos hombres ni están bien entrenados, ni bien dirigidos… ni bien educados y los políticos los sueltan contra la ciudadanía que ejerce un derecho. Un gilipuertas tira una piedra y ya tienen permiso para cruzarle la cara a un señor.
Los hechos nos cuentan que esta crisis lo es, sobre todo, de valores. En un contexto en el que políticos imputados por corrupción permanecen en sus cargos, acusar de atentado contra las instituciones del Estado a unos simples vándalos, como ha pretendido el Ministerio del Interior, es un acto de extremado cinismo. Gobernados por cínicos, ¿qué recurso nos queda sino patalear?
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