El cojonudo y ya tristemente fallecido historietista Ivà, profuso colaborador en revistas como El Jueves o El Papus, acuñó para sus personajes (¡cómo olvidar a Makinavaja o al sufrido pelotón de Historias de la puta mili!) una frase inmortal muy adecuada para casos como este:
“¡Pos bueno, pos fale, pos malegro! Total…!”
Porque el caso es que no se ha perdido nada. Nada de nada. Un ser absolutamente prescindible se va sólo para ser reemplazado por otro absolutamente prescindible también que continúe haciendo las mismas gilipolleces, aunque finja guardarle al pueblo el mayor de los respetos del mismo modo en que Esperanza no ha tenido reparos en mostrar su olímpico desprecio. No se va a notar su ausencia. No se nota la ausencia de estos politiquillos de tres al cuarto que tenemos ahora.
Lo cierto es que esta dimisión resulta extraña, así de sopetón, sin que haya pasado nada excepcional, sin que haya habido ninguna cagada de bulto (si obviamos la gigantesca cagada de la política nacional en su conjunto, evidentemente). Suena raro. En este país, donde ni Dios dimite por sus cagadas (de subsecretarios para arriba, claro) se dimite porque deja de compensar mantener el culo pegado al sillón.
Nuestro país no tiene una tradición democrática sólida. Aquí, cuando ha habido democracia, ha sido una merienda de negros. Ahora, después del encaje de bolillos de la transición (tan celebrado dentro y fuera de nuestras fronteras) nuestra política vuelve a ser lo que siempre fue, un esperpento. En la transición hubo un breve espejismo protagonizado por hombres que dejaron de ser simples políticos para convertirse en estadistas, redactando una constitución y superando las llagas sangrantes de la Segunda República , la Guerra Civil y el Franquismo. Hoy todo eso parece haber quedado en agua de borrajas.
En aquellos países donde hay una tradición democrática consolidada (que cada cual elija el que prefiera) son más frecuentes las dimisiones de altos cargos por sus grandes cagadas. Aquí, ante la dimisión de un alto cargo como una presidenta de comunidad autónoma, nos quedamos con cara de haba.
Adiós, Esperanza, vuelve a tu plaza de funcionaria absolutamente inútil, tus cruces al mérito y mamandurrias varias. Ni harto de vino me trago que dimitas por motivos médicos y para estar con tu marido, grande de España. A otro perro con ese hueso.
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