No, no se confundan. No se trata de una metáfora sobre la actual situación política, social y económica de este país (aunque bien podría serlo, ¿no les parece?). Voy a hablarles del auténtico Circo de los Horrores, un delicioso espectáculo al que tuve la ocasión de asistir hace unos días.
Nunca me gustó el circo. Siempre me ha parecido un espectáculo sórdido y decrépito, con animales maltratados y sufrimientos sin nombre ocultos tras lentejuelas, mallas y maquillajes chillones. En especial siempre me han dado mucha grima los payasos, que se me han antojado siniestros mientras pretenden ser tiernos y graciosos. Algo así como los políticos, que intentan parecer lo que no son. Este circo, en cambio me ha encantado por varios motivos: primero, no tiene animales, lo cual es un alivio; segundo, no hay en él ni una sola lentejuela; tercero, sólo tiene un payaso, que no se molesta en parecer tierno, sino que es guarro, soez y un punto sádico. O sea, perfecto.
Otro punto positivo del circo es que su estética típica del terror gótico (vampiros, cementerios decimonónicos, imágenes de la muerte, aparecidos y toda esa parafernalia, que me encanta, siempre que hablemos de ficción, ya saben), por no hablar de la calidad de sus números, tanto los de acrobacias y equilibrismo, como los de humor, sencillamente magistrales.
El personaje central es, por supuesto, un vampiro, caracterizado a semejanza del Conde Orlok de la célebre película muda de F. W. Murnau Nosferatu, un plagio descarado del Drácula de Bram Stocker, lo cual acarreó a Murnau un pleito con la viuda del novelista. Pleito que, por supuesto, perdió. La caracterización del circo es buena, no me gustaría encontrarme en un callejón oscuro con ese tipo y todo su maquillaje. Por otra parte la base del espectáculo es el humor, un humor ocurrente, desvergonzado y mordaz que te arranca la carcajada desde el primer momento. En los tiempos que corren viene bien poder reírse a placer, incluso de uno mismo, mientras se afronta la realidad armados con la honestidad en la diestra y un poco de mala leche en la siniestra. Lo que es yo no me había reído tanto en años ni me había alegrado tanto de gastarme el dinero, poco, por cierto. La entrada es barata para lo bueno que es el espectáculo. Incluso para mí, padre de familia milypicoeurista tendente a la queja y a la tacañería, hacer este pequeño dispendio ha estado justificado.
Recomiendo una visita al Circo de los Horrores, solo contraindicado para casos de mojigatería extrema, eso sí: eviten sentarse a pie de pista si tienen un sentido del ridículo o del pudor muy acusados. Podrían llevarse una sorpresa.
Muy bueno el guiño ingenioso del vampiro al recomendar al público que visite el bar durante descanso de la función y hagan un buen desembolso, pese a la crisis: “después de todo” afirma “somos vampiros y hemos venido a chuparles la sangre”.
Estos, al menos, lo admiten abiertamente.
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