jueves, 23 de febrero de 2012

LA HERMANDAD DEL PASEO MARÍTIMO

Caminar es el único ejercicio físico que tolero sin sentirme absolutamente ridículo, así que procuro hacerlo casi todos los días. He trazado distintas rutas a lo largo y ancho de mi ciudad que elijo según el tiempo y las ganas de que disponga. Una de ellas discurre por el Paseo Marítimo Antonio Machado y el Paseo Marítimo Antonio Banderas (¡qué dos Antonios tan dispares!) hasta la Torre Mónica y vuelta a casa. Unos cuatro kilómetros en total, poca cosa, así que esta suelo hacerla con los perros, que mi buen Shubby ya está bastante baqueteado y no puedo darle mucha caña. Este “deporte” mío suelo hacerlo por la noche y cuando hago esta ruta suelo encontrarme, siempre en el mismo lugar a un grupo de hombres  que conversan al abrigo de un kiosko situado en el mismo paseo, mientras se fuman unos porros como panes y comparten litros de cerveza. La mole del kiosko les protege apenas del viento, que a menudo combate con fuerza allí, pero han hecho del lugar su punto de reunión y allí han improvisado un lugar de encuentro para almas sin rumbo.  Conozco a dos de ellos. Uno es vecino mío desde que tengo uso de razón. Su padre era alcohólico y fumaba como un carretero. Lo oía toser por las mañanas a través del ojo patio como si los bronquios se le fueran a salir por la boca. No estoy seguro si lo mató la cirrosis o el cáncer de pulmón. Quizá un poco de ambas cosas. El hijo creció bandido en la calle. No estudió y se metió a trabajar en la obra en la época en que un peón albañil ganaba una pasta. Ahora está en paro, evidentemente. El otro ha sido usuario de la Comunidad Terapéutica en dos ocasiones y cuando me ve me desvía la mirada, evidentemente. Si estos dos son una muestra representativa de la totalidad, el grupo está bastante hecho polvo.

 Este grupito tiene algo de tribal, reunido a la intemperie junto a la playa, con el rumor de las olas de fondo. Tienen la mirada torva y sombría y lo único que les falta es una hoguera alrededor de la cual calentarse. Algo muy poderoso debe atraerles para que acudan al lugar hasta en las frías noches de perros que han hecho las últimas semanas. Arrebujados en sus abrigos, con los cuellos levantados y pasándose el porro y el litro con oscura camaradería.  Siniestros hermanos en la autodestrucción, han elegido crear su reino privado allí donde no pasa nadie más que tipos raros como yo. Han aceptado su exclusión. Se han rendido.

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