sábado, 25 de febrero de 2012

¡LO HAN ABSUELTO!

 Han absuelto al indeseable que ha jodido la mente de mi amiga durante treinta años. Absuelto por falta de pruebas, bien es cierto, pero absuelto al fin y al cabo. La fiscalía pedía cuatro años de prisión (no dos, como dije cuando escribí sobre el juicio). Supongo que debí prever que era esto lo que iba a pasar. La juez (pues era una mujer) probablemente no iba a mojarse entre los testimonios encontrados de los patéticos testigos de la defensa (el jardinero que nunca entraba en la casa, un compañero del curro… en fin) y los testigos de la acusación, muy vinculados emocionalmente a la victima, como yo mismo. En este espinoso fregado opta por una decisión salomónica. Ni quito ni pongo rey. No nos decantamos por nadie, pero prima la presunción de inocencia, así que sales absuelto por falta de pruebas. Asunto concluido. ¿Concluido? No. Las cosas no son tan sencillas y menos con un sujeto de estas características.

 Hemos sabido que el susodicho ha confesado a su hija que no está satisfecho con el resultado, que él no ha ganado ¡y así es! Él pretendía quedar públicamente exonerado de toda culpa, que su prestigio social quedase intacto y que mi amiga quedase como una harpía sin escrúpulos que sólo pretendía empañar su sacrosanta imagen, pero ésta ha quedado definitivamente resquebrajada, ya que a lo tibio de la sentencia hay que añadir que la fiscalía no retira la acusación de malos tratos psicológicos. ¡Por eso el muy bastardo no está contento!  Tranquilo muchacho. Una vez, hace muchos años, te oí decir que la vida se rige por una ley de equilibrio. Lo que haces por un lado te es devuelto por otro, sea lo que sea. No sabes la razón que tienes. A todo cerdo le llega su San Martín. Tu castigo te llegará, sabe Dios bajo qué forma, pero te llegará.

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