jueves, 2 de febrero de 2012

¡CULPABLE! (I)

 Hoy he testificado en un juicio. No en un juicio cualquiera, sino en un juicio por malos tratos. El que no se juzgara allí por moratones, ojos hinchados o dientes partidos no cambia nada. Las heridas del alma tardan más en curar. Un juicio por malos tratos psicológicos es terreno resbaladizo, sobre todo cuando el acusado es un espécimen tan listo como el que hoy se sentaba en el banquillo, capaz de subyugar a una esposa durante treinta años sin dar un solo bofetón, pero usando profusamente la humillación, la manipulación, la descalificación y el menosprecio, tratando de moldearla a su gusto, castrando sus aspiraciones…  Hasta que ella empezó a rebelarse y eso fue el principio del fin. ¡Demonios, ella quería trabajar! Lo hizo y eso la abrió al mundo de un modo en que hasta ese momento no había conocido y el mundo la fue convenciendo de hay demasiada gente en él como para quemar el resto de su vida al lado de un miserable… Porque así empezó a verle, como un miserable, cada día un poquito más. Detalles que antes solía pasar por alto la iban enfureciendo cada vez más, dolían cada vez más. El dolor, que antes había sido sordo e insidioso, como el mal cuerpo de una gripe, se tornaba agudo y lacerante… Insoportable. Él no quería una esposa, quería una mujer a la que exhibir y que le sirviera de relaciones públicas para compensar su severa falta de habilidades sociales. Toda persona razonable que entraba en contacto con él lo encontraba molesto, chocante… Un borde integral que miraba por encima del hombro a cuantos considerara inferiores a él. Éstos eran la mayoría

 El respeto y la estima de este sujeto quedaron claramente plasmadas en una frase escupida en un momento de insólita y malsana franqueza: “Si ella se divorcia de mí, la dejo con una mano delante y otra detrás”.

 (Continuará)

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