lunes, 30 de enero de 2012

¡BARES, QUÉ LUGARES..! (y II)

 Un elemento esencial para que un bar sea aceptable es la parroquia que se congrega en el mismo. Sin que sea preciso colgar el odioso “reservado el derecho de admisión” un hostelero puede dar un ambiente agradable a su local sólo con permitir unas actividades u otras. De muestra un botón. Hay una calle de  mi barrio en la que hay dos bares. Esto no tiene nada de extraordinario, ya que hay otras calles en la que se agolpan tres y hasta cuatro. Lo curioso de esta calle es la radical diferencia que hay entre ambos establecimientos: uno es el típico barecillo de tapas con una clientela de mediana edad que se comporta sin estridencias. El otro, pese a ser más grande y moderno es un antro donde se congrega la crem de la crem del barrio para fumarse cigarritos “aliñados” y empolvarse la nariz en el baño. Una gloria, vamos. Un buen o un mal bar lo hace su dueño, que atrae una clientela u otra.

 Recuerdo con especial cariño un bareto que había en el centro de Málaga hasta hará unos quince años. “Perejil” se llamaba. Un local viejísimo adosado a un patio en el que ponían las mesas (antiguos soportes de máquinas de coser con una losa de mármol como superficie)  de modo que te tomabas la cerveza bajo la ropa tendida de las marías. Una cestita con condones siempre estaba en un extremo de la barra y sobre la cesta una caricatura de Juan Pablo II con un condón enfundándole la nariz. Ponían unas papas con salsa que llamaban “atómicas”. Picaban como su puñetera madre, pero estaban riquísimas. El “Perejil” era punto de reunión de toda la patulea rebelde y contestataria, asidua de manifestaciones, sentadas, encierros y demás follones. Es una pena que desapareciera.

 Un antro que también me marcó fue el “Malagente” en calle Beatas. Un sitio hediondo que por no tener no tenía ni tazas de water, siendo suplidas éstas por simples agujeros en el suelo. El punk rock sonaba a toda leche y te daban un huevo duro con cada cerveza, con lo cual estabas condenado de una manera u otra, pedo y con el colesterol alto. Era una  mierda de bar, pero tenía su encanto.

 Hubo muchos en mi juventud: bares de ambiente gay en los que podías bailar como un energúmeno sin que nadie te mirara mal; el “Club”, donde la música de Nirvana, Pearl Jam y otros por el estilo te atronaba la cabeza y la manera de bailar era arrojarse encima de los demás; el “Sunset Boulevard”, decorado con carteles de pelis antiguas y donde ponían unos margaritas cojonudos y el “Pasadena Jazz”, con música en vivo y en el que el dueño, si estaba de humor obsequiba a la clientela cantando ópera. El tío tenía una buena voz.

 Eran garitos con personalidad propia. Hoy esto ya no se estila, pero en fin. A Bogart le quedaba París, en “Casablanca”. A mí me queda el recuerdo de aquellos bares del centro de Málaga en la primera mitad de la década de los noventa. La época en la que mejor me lo pasé… y  sin joder a casi nadie.

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