Hace una semana, más o menos, paseando a los perros me dí cuenta de que una panadería recientemente abierta en mi barrio había cerrado. Más que cerrarla la habían arrasado, ya que dentro del local no quedaba nada salvo restos de mobiliario y porquerías varias esparcidas por el suelo. Sin embargo, lo más chocante fue el cartel de la puerta.
Así, sin más ceremonia. ¿Quién había colocado aquel cartel? El propietario del local, seguramente, ya que estaba por dentro del cristal. Me pareció de bastante mal gusto. ¿Qué necesidad hay de proclamar a los cuatro vientos que alguien no se ha hecho cargo de sus pagos? Son cosas que hay que resolver en privado. El público escarnio no me parece un recurso legítimo para nada y sí una manera de hacer sufrir gratuitamente.
No volví a pensar en el asunto hasta que el pasado domingo volví a pasar frente al local y descubrí que alguien había pintado con un spray de pintura negra sobre el cartel de marras.
Evidentemente a alguien el cartelito le había sentado muy mal, pero ir por ahí pintarrajeando la propiedad ajena me parece totalmente fuera de lugar. Luego he visto dos cambios más: esa misma tarde el cartel había sido movido para que la frase pudiera verse otra vez y finalmente el lunes por la noche descubrí que lo habrían quitado. Probablemente el autor consideró que sus ansias revanchistas no justificaban el riesgo de que pintaran todo el cristal de negro, poco a poco.
Este episodio estúpido me ha parecido algo muy triste. La crisis económica está generando historias muy dramáticas que tienen como telón de fondo el fracaso de empresas. Hace un mes en esa esquina había una panadería donde la gente entraba a comprar. Ahora no hay más que un local con el suelo comido a mierda. ¿A quién aprovecha esto? ¿No había ninguna solución para el conflicto? Ignoro de qué va esta historia, pero aquí huele a mala leche y la mala leche no nos sacará del atolladero en el que estamos metidos. Negocios de toda la vida se van al traste porque no pueden soportar la competencia de las grandes superficies y de las tiendas de chinos que no tienen que pagar la burrada de impuestos que debe afrontar cualquier autónomo porque el gobierno les libró de ello en virtud de los acuerdos comerciales con China. Todo es dinero, dinero, dinero… El dinero no se come, pero nos está comiendo.
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