Hará unos quince años, cuando aún estaba estudiando, colaboraré un tiempo con una asociación dedicada a atender a esta población y surgida en torno a unas religiosas escindidas de una orden cuyo carisma es la atención a las mujeres que hoy llamaríamos “en exclusión social” entre ellas las del mundo de la prostitución. El punto de fricción es que la orden partía de la base de ayudar a las mujeres cuando estuvieran dispuestas a dejar la calle y las religiosas de este grupo “disidente” opinaban que las mujeres merecían ser atendidas incluso si se seguían prostituyendo. Esta diferencia de criterio llevó a la salida de la congregación de ocho hermanas. Abandonaron el hábito y se establecieron por parejas en diversas ciudades de España, viviendo de empleos comunes y dedicando su tiempo libre a su verdadera vocación. En la asociación dábamos clases de alfabetización, teníamos un servicio de orientación sobre salud e higiene, sobre la realización de trámites administrativos… un poco de todo. A veces el único servicio era tomar un café en la salita y simplemente escuchar.
Luego estaban las visitas.
En varias ocasiones acompañé a estas religiosas en sus visitas a las mujeres, ya fuese en su domicilio o en su lugar de trabajo. Conocí una pensión de mala nota de esas en las que se alquilan las habitaciones por hora y algunas mujeres me abrieron las puertas de su casa. Entré en algún lugar inenarrable, como el cubículo de una mujer ya metida en la cincuentena, enferma de cáncer y que ya desahuciada simplemente esperaba la muerte en compañía de varios perros y gatos que se habían adueñado del lugar sucio y lóbrego. Ella había llegado a España desde su nativa Bélgica siendo muy joven y muy bella. Había ganado mucho dinero del que ya no quedaba nada. Aquella mujer no vivía en exclusión social, vivía en el infierno, aunque perdida en los recuerdos de un pasado que a ella se le antojaba hermoso, ya presa de un deterioro mental considerable.
Otro día, en cambio, visité una casa absolutamente distinta. Una casa como la mía (demonios, estaba más limpia y ordenada que la mía). En ella vivían una mujer y su hija. La mujer tenía casi cincuenta años y su hija veinte y pocos. La mujer se prostituía y la hija estaba aquejada por un raro síndrome muscular que le iba deformando el cuerpo poco a poco (amén de otros problemas de salud, de hecho murió algún tiempo después). Ambas nos recibieron, nos sirvieron café y hablamos un poco de todo, como en casa de cualquier persona. En aquel salón con mesa camilla y tapetitos de crochet se respiraba más calor de hogar que en muchas casas “respetables”, si es que hay alguien que en su estupidez no considerase respetable la casa de aquella mujer.
Lo tengo claro. La marginación, la exclusión o como infiernos se quiera llamar es algo que vive en las mentes de los marginadores y de los que se resignan a ser marginados renunciando a la conciencia de sí mismos, de la propia dignidad y de propio respeto. He visto la dignidad en personas que otros tachan de indignas y viceversa. Nuevamente todo depende del color del cristal con que se mire. Sería un ejercicio interesante coger a una docena de personas acomodadas, no necesariamente ricas (pues ¿acaso usted y yo que tenemos coche, ordenador, televisor, microondas, secador de pelo, vitrocerámica teléfono móvil y un largo etcétera de cosas prescindibles no somos “acomodados”?) dejarlos con lo puesto y soltarlos sin un céntimo en la calle durante un mes en una ciudad en la que no conociesen a nadie. ¿Acaso alguno o alguna no quedaría de la guisa del señor que dormía la mona en el cajero la otra noche? Pudiera ser.
Un libro que me ha servido para entender el mundo de la marginación y quitarme tantos prejuicios burdos que se manejan en esta sociedad (tales como "si es que no se dejan ayudar", "a ellos le gusta vivir así", "se lo gastan en vino y drogas y así tienen que pedir")es un libro que se llama "Los pobres son la Iglesia" del Padre Joseph Wresinski, hijo de padre polaco alcoholico que abandonó a la madre analfabeta española en un poblado chabolista de París, y que ya de adulto inició el Movimiento Cuarto Mundo. Si tienes ocasión de leer algo de este hombre, hazlo porque te hace abrir mucho la mente y romper con los estereotipos hacia la marginación.
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