viernes, 27 de enero de 2012

LA JUERGA ME TIRA (I)

 Hay una persona que conozco desde la más tierna infancia, para la que salir por las noches es casi imprescindible. Y eso que ya tiene una cierta edad y graves responsabilidades. A casi todo el mundo le gusta salir por las noches (a mí también, aunque ya lo haga muy rara vez), pero hay personas para las que la salida nocturna no es tal si el alcohol no acaba saliéndote por las orejas. La persona a la que me refiero pertenece a esta clase.

 En alguna ocasión ya he referido que yo mismo no he sido lo que se dice un santo varón. Me he cogido mis buenas cogorzas y he vuelto a mi casa más de una vez midiendo el ancho de las calles, esto es, caminando en zigzag por la rotunda imposibilidad de hacerlo en línea recta. Estos lamentables episodios tuvieron lugar entre mis quince y mis veinticinco años. Luego me convertí en padre y (a muchos niveles) dejé de ser joven. Senté la cabeza, como se suele decir, y salvo algunas escapadas que nos dimos mi esposa y yo, en general llevamos una vida muy retirada que ya parece haberse cronificado, sin que ello nos suponga gran molestia.

 La persona a la que me refiero ha tenido la suerte en la vida de haber encontrado la estabilidad pese a los muchos errores cometidos en su juventud: economía saneada, familia… Pero le sigue tirando la noche… a muerte, porque si yo me diera esa caña tendría que llegar al hospital con el hígado en la mano.

 No lo entiendo. Llega un momento en la vida, sobre todo cuando ya tienes hijos, en los que el sentido común ha de sugerir que empieces a cuidarte, sin exageraciones: moderar un poquillo la comida, hacer un poco de ejercicio, dormir un número razonable de horas y sobre todo no castigar el cuerpo con tóxicos. Esto es indispensable para nuestro bienestar físico y mental, pero es que también tenemos la obligación moral de durar mucho tiempo en buenas condiciones, por nosotros mismos y por los nuestros. Uno nunca va a poder prevenir todas las condiciones que pueden finiquitar nuestras vidas, pero incrementarlas tontamente no es de recibo. Esta persona a la que me refiero es una irresponsable que no mira ni por sí misma ni por los que tiene a su alrededor y se pone hecha una fiera cuando le cuestionan algo de su estilo de vida. El suyo recuerda peligrosamente al estado en que se han encontrado no pocas personas a las que he atendido en la comunidad terapéutica en la que trabajo. En muchos aspectos vive de espaldas a la realidad y principalmente pendiente de satisfacerse a sí misma. Aún no ha tocado fondo, pero todo puede pasar.

 (Continuará)

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