Allá por mediados de los ochenta vi en una
revista una viñeta del humorista gráfico Martín Morales en la que un señor bien
trajeado enarbolaba una furibunda pancarta de NO AL ABORTO ante una señora
embarazada de humilde condición mientras que con la mano tonta pasaba un
billete de avión a Londres a otra embarazada ricamente vestida y enjoyada. Ayer
vi otra viñeta, esta del Roto, en la que una señora bien vestida afirmaba que
ya podrían las mujeres de izquierdas armar menos alboroto e irse a abortar a
Londres, como hacían ellas, las niñas bien, se entiende. Cerca de cuarenta años
después, por obra y gracia de nuestro reaccionario gobierno, seguimos manejando
los mismos conceptos; porque está claro que aunque se restrinja el aborto, muchas mujeres van a seguir abortando aunque
su embarazo no suponga riesgo para la salud o no sea fruto de una violación:
las pudientes se irán a hacerlo a países en los que esté permitido y regulado, las que puedan
reunir el dinero para pagar a un médico sin escrúpulos (que siempre los hay) lo
reunirán y abortarán en una clínica privada, a escondidas y con la atención
justa y las que no puedan reunir ese dinero… bueno, esas harán lo que puedan.
Lo que está claro es que la hija de una familia bien que se quede embarazada
tras una noche loca no paseará su barriga con dignidad afrontando estoicamente
su error. Ese privilegio queda reservado para las pobres.
Como creyente no apruebo la práctica del
aborto, pues creo que el alma se hace presente desde el momento de la
concepción. Debatir a partir de cuándo se puede considerar a un embrión como un
ser humano me parece un debate estúpido a la par que obsceno. Por otra parte,
en mi práctica profesional he podido comprobar hasta donde llegan las secuelas
psicológicas para una mujer que abortar y me molesta el abordaje un tanto
trivial del tema que, desde mi punto de vista, realizan en no pocas ocasiones
los grupos a favor del aborto. Sin embargo yo mismo no me otorgo el derecho a
juzgar a una mujer que decide abortar, no me atrevería a prohibírselo… ¿Quién
soy yo? Ese afán prohibicionista forma parte del discurso del más rancio
tradicionalismo de derechas imbuido de catolicismo radical y oscuro que condena
a la mujer a vivir su sexualidad al servicio de la procreación,
culpabilizándola por evitar el embarazo tildándola ya saben ustedes de qué y
que la condena a las llamas del infierno por poner fin a un embarazo que no
desea. Se trata de esa misma mentalidad que mira para otro lado cuando un
hombre va esparciendo su semilla por ahí, siempre que la depositaria no sea una
niña bien o una señora decente.
Ahí debo dar la razón a las feministas: las
leyes que prohiben el aborto son leyes contra las mujeres, leyes dirigidas a
mantenerlas en una postura de vulnerabilidad y sumisión con respecto a los
hombres. Las promueven grupos
sustentados por una ideología a la que le importa un carajo el bienestar de los
no natos por los que claman una vez se
convierten en niños nacidos. Es la misma ideología que recorta la sanidad
pública, cierra comedores escolares y convierte en mierda la educación gratuita.
Es la derecha oscura y brutal asociada a la iglesia católica más siniestra a la
que hemos dado el poder absoluto por votar con los cojones en vez de con la
cabeza. Sólo llevamos dos años de legislatura, a ver qué les da tiempo a hacer
en los dos que les quedan.
El aborto se evita con educación en valores,
no con prohibiciones. Cuando un régimen se permite legislar con tanta frialdad
sobre algo que forma parte de la intimidad de las personas, se abre la puerta
al fantasma de la dictadura. Un gobierno debe proteger a los ciudadanos y esta
ley del aborto sólo generará abortos clandestinos, pero da igual, las mujeres
“valiosas” seguirán abortando en Londres y las que mueran sobre una oscura mesa
en algún tugurio serán “prescindibles”.
Enhorabuena a los premiados, los que les
votaron. Dentro de dos años vuelvan a hacerlo.