sábado, 31 de diciembre de 2011

Dichoso 2011 y dichoso 2012

 Pues hoy se acaba el año. Parecía que no íbamos a llegar, de puñetero que ha sido y ahora resulta que el 2012 va a ser peor: el año del fin del mundo. Y total, todo porque al maya de las narices que hizo el dichoso calendario (un coco debía ser el tío, sin duda) no tuvo la consideración de prolongarlo más allá del 21 de diciembre de 2012. ¿Qué necesidad tendría, por otra parte, de prolongarlo más si lo confeccionó, lo elaboró o como leches se diga que se hacen los calendarios allá por la época en la que Concha Piquer llevaba coletas? El caso es que ya saben, después del año de penurias que se nos avecina, con subida del IRPF, subida del IBI, dando por seguro que nos van a subir la luz, el agua, el teléfono, la gasolina, el gas, el café de las mañanas y el papel higiénico... cuando nos estemos preparando para comernos el pavo o lo que se pueda en diciembre nos iremos todos al carajo enmedio de un impresionante pedo cósmico... o al menos eso dicen los aficionados a las paridas apocalípticas, que para apocalipsis el que ya tienen encima los casi cinco millones de parados. "Es tiempo de austeridad" dice nuestra bienamada clase política, los que han salido y los que entran... que no tienen ni puñetera idea de lo que es vivir de forma austera.

 Al final tiraremos el año como siempre, con paciencia, con trabajo y poniendo al mal tiempo buena cara, que al fin y al cabo todos tenemos cosas que agradecer... o al menos yo sí. Gracias a todos los maravillosos seres humanos que de un modo u otro estáis presentes en mi vida y por los que me levanto todas las mañanas. Feliz 2012.

viernes, 30 de diciembre de 2011

SHERLOCK HOLMES (y III)

 Encuentro los relatos de Sherlock Holmes muy agradables de leer por la atmósfera en que envuelven al lector. Con un poco de imaginación resulta fácil imaginar las escenas cotidianas del detective y su fiel compañero en la sala de estar  del entrañable apartamento de Baker Street. Holmes está concentrado en su último experimento de química o arrancando melancólicos chirridos a su violín  ante la chimenea encendida sobre la que se amontona  la correspondencia pendiente clavada en la repisa de madera por una navaja (una más de sus excentricidades). Watson está enfrascado en la lectura de la prensa o de alguna publicación médica y levanta preocupado la vista ante la creciente inquietud de su amigo por la falta de actividad y temiendo su caída en un nuevo periodo letárgico, pero suspira aliviado al oír la campanilla de la entrada y Mrs Hudson (la abnegada casera que más bien parece un ama de llaves) anuncia la llegada del inspector Lestrade que por enésima vez acude en busca de ayuda, muy a su pesar, ante un caso que le tiene desconcertado. Holmes se frota las manos con un brillo impaciente en sus ojos e invita al policía a sentarse, le ofrece una copa y un cigarro y se sienta en su sillón para escuchar el problema que se le ofrece y que no descansará hasta haber resuelto.

 Anímense a acompañar a Holmes y Watson por las sombrías calles del Londres victoriano. La mayor metrópoli de su época, vasta, decadente y peligrosa como la jungla, plagada de depredadores como el malvado profesor James Moriarty o su cruel esbirro, el coronel Sebastian Moran, absolutamente letal con su silencioso rifle de aire comprimido. Síganles por tenebrosos páramos tras el fantasmal perro de los Baskerville o ayúdenles a desvelar el oscuro pasado del coronel Morstan  en “El Signo de los Cuatro”. Les dejo la dirección de una web en las que podrán descargar completo el Canon Homesiano en PDF y deleitarse con  una de las parejas más famosas de la literatura y emocionarse tanto como Watson cuando Holmes, con mirada llameante exclama “¡empieza el juego!”.

http://www.sherlock-holmes.es/

jueves, 29 de diciembre de 2011

SHERLOCK HOLMES (II)

 Watson empieza a descubrir que su nuevo compañero de piso presenta insólitas características. Para empezar están sus inusitadas capacidades de observación y de deducción.  

“Pareció usted sorprendido cuando, nada más conocerlo, observé que había estado en Afganistán.

––Alguien se lo dijo, sin duda.

––En absoluto. Me constaba esa procedencia suya de Afganistán. El hábito bien afirmado imprime a los pensamientos una tan rápida y fluida continuidad, que me vi abocado a la conclusión sin que llegaran a hacérseme siquiera manifiestos los pasos intermedios. Éstos, sin embargo, tuvieron su debido lugar. Helos aquí puestos en orden: «Hay delante de mí un individuo con aspecto de médico y militar a un tiempo. Luego se trata de un médico militar. Acaba de llegar del trópico, porque la tez de su cara es oscura y ése no es el color suyo natural, como se ve por la piel de sus muñecas. Según lo pregona su macilento rostro ha experimentado sufrimientos y enfermedades. Le han herido en el brazo izquierdo. Lo mantiene rígido y de manera forzada... ¿en qué lugar del trópico es posible que haya sufrido un médico militar semejantes contrariedades, recibiendo, además, una herida en el brazo? Evidentemente, en Afganistán». Esta concatenación de pensamientos no duró el espacio de un segundo. Observé entonces que venía de la región afgana, y usted se quedó con la boca abierta”.

 (De “Estudio en Escarlata”).

 No menos sorprendentes que las dotes de Holmes resultan sus costumbres: entra y sale de casa a horas intempestivas, a menudo disfrazado con extrema habilidad; se levanta y se acuesta en horarios absolutamente irregulares,  pudiendo estar días sin dormir o pasar días en la cama o sumido en una especie de letargo en el sofá. Fuma como una chimenea, tanto cigarros como en pipa (guardando la picadura de tabaco en una zapatilla persa y los cigarros en el cubo del carbón); dedica horas y horas a complejos experimentos de química (a menudo peligrosos y malolientes o ambas cosas), toca el violín (incluso por la noche) y cuando cae en periodos de aburrimiento (lo que sucede siempre que no tiene un caso a la vista) puede llegar a dedicarse a escribir las patrióticas iniciales VR (Victoria Regina) en la pared a tiros de revólver. Por otra parte es un buen boxeador y esgrimista  que sin embargo no duda en castigar su cuerpo con inyecciones de cocaína diluida durante sus periodos de abulia, alternados con otros de actividad desbordante.

 Holmes es un personaje contradictorio también en su personalidad: frío y cortante las más veces, pero con destellos de afecto con Watson (la única persona que puede llegar a considerarse su amigo) que no dejan de sorprender; fieramente desconfiado con las mujeres, pero siempre tratándolas con gran amabilidad; capaz de codearse tanto con los miembros más sombríos del submundo de Londres como con la aristocracia; capaz de aceptar un caso sólo porque ha despertado su interés, aunque la persona que le pide ayuda no pueda pagarle. Lo verdaderamente grande del personaje de Holmes es su absoluto compromiso con la justicia (que no necesariamente con la ley, que no duda en violar ocasionalmente si ello sirve a su causa). Aceptará un caso sin beneficio económico si le parece y despreciará otro en el que no vea claros los motivos del posible cliente aunque prometa pingües beneficios. Por otra parte prestará desinteresadamente su colaboración a Scotland Yard en muchas ocasiones, dejando a los inspectores Lestrade, Gregson u otros todo el mérito y pidiendo expresamente no aparecer en los informes. Lo suyo es amor a su trabajo, no pretende hacer sombra a nadie. Absoluta entrega a su trabajo con energía, entusiasmo y honestidad, pues una de sus máximas es no especular nunca, nunca dejarse llevar por las primeras impresiones. Sólo basarse para sus conclusiones en los datos obtenidos tras una observación exhaustiva y libre de prejuicios. ¡A cuantos les luciría mejor el pelo si llevasen por bandera semejante método!

(Continuará)

lunes, 26 de diciembre de 2011

SHERLOCK HOLMES (I)

 Descubrí a este personaje hace relativamente poco tiempo y eso que he sido un lector empedernido desde los ocho años, edad a la que mi hermana me obligó a leer “La Isla Misteriosa” de Julio Verne, lo cual nunca le agradeceré lo suficiente, pues marcó el inicio de una carrera lectora rayana en la obsesión que me ha dado dos cosas importantes: uno, cierta culturilla de trivial  medianamente aceptable; dos, una razonable capacidad de expresión oral y escrita. Pero no divaguemos. Descubrí al famoso detective surgido de la imaginación de Arthur Conan Doyle gracias a Internet, mi salvación en lo que a acaparador compulsivo de libros se refiere desde que mi señora me prohibió meter más volúmenes de papel en casa (y no es que tenga tantos). El libro electrónico dio un giro a mi vida. Me descargué (legalmente esta vez) los relatos   que se han dado en llamar el “Canon Holmesiano” y lo devoré en pocos días. Eso es todo lo que escribió Conan Doyle sobre el detective de Baker Street, aunque ha sido imitado hasta la saciedad, pero amigos míos, los pastiches no son tan buenos.

 El carisma de Holmes me deslumbró y me molestó el modo en que el personaje ha sido deformado por el cine, hasta quitarle buena parte de su substancia. Adaptaciones más recientes están paliando esta situación. La última, estrenada en 2009 y protagonizada por Robert Downey Jr. y cuya segunda parte se estrenará en enero, pese al exceso de explosiones, acrobacias e histrionismo refleja bastante bien a mi entender la excéntrica brillantez del detective.

 Sherlock Holmes, procedente de una familia de pequeños hacendados, se afinca en Londres con la firme intención de convertirse en “detective asesor”, concepto que él mismo acuña y para el que diseña su propio programa de estudios, siguiendo cursos aquí y allá. Es presentado a un joven médico militar, John Watson, recientemente pasado a la reserva tras casi dejarse la piel en Afganistán y al que las estrecheces económicas llevan a querer compartir alojamiento asequible. La necesidad es mutua, así que acuerdan empezar a compartir unas modestas habitaciones en el 221b de Baker Street.

Héroes

 Empiezo hoy a escribir sobre mis héroes. Creo que es importante tenerlos y si no los hay es necesario inventarlos, pues son modelos de referencia, ideales hacia los que es necesario tender. Evidentemente el concepto de héroe puede variar de una persona a otra y los que puedan serlo para mí puede que no lo sean para ustedes y viceversa. No aspiro a convencer a nadie, sólo a compartirlos con aquel a quien interese y animar a descubrir a algún personaje, ya sea real o imaginario, al que hasta ahora no se había prestado demasiada atención.

sábado, 24 de diciembre de 2011

NOCHEBUENA

 Esta noche regreso pronto a casa con mi familia, después de haber cenado en casa de mis padres. Ellos son ya mayores y no suelen trasnochar. Además, mi hija se cae de sueño y esta noche viene Papá Noel (sí, he caído en esa práctica anglosajona, ¿alguien tiene algún problema? Pues que se ponga  a la cola). Mi hijo sale unas horas con los amigos con los que se junta ahora (más civilizados que los de hace unos meses, crucemos los dedos y que no le pase nada). Yo bajo a pasear a los perros, que no porque sea Nochebuena dejan de tener  necesidad de hacer sus cosas.

 Veo personas por las calles.

 No me refiero a personas que van a casa de alguien. Esas se apresuran, van arregladas, llevan paquetes en las manos… Se nota que están de celebración y no llaman mi atención. El caso es que veo a personas deambulando. Ya ví algunas mientras conducía hacia mi casa, hace un rato. Personas que no se apresuran ni parece que vayan hacia ningún lugar en concreto. Esta noche están solas.

 Ya en casa, me siento ante el ordenador a escribir estas líneas llevado por un impulso repentino. Shubby, mi golden retriever, se tumba a mi lado. Ni él ni yo tenemos la desgracia de estar solos esta noche. Mi esposa y mi hija duermen y en mi casa no se oye sino el sordo chasquido de las teclas mientras escribo. La mía es una casa cálida, viva y me estremezco de agrademiento al pensar en ello. Miro hacia la ventana. En la calle hay personas que no quieren estar en casa, si es que la tienen.

 Las luces brillan en las ventanas y llegan los ecos de los villancicos. Es Nochebuena, pero no para todos. Hay personas por las calles.

FELIZ NAVIDAD

 Lo cortés no quita lo valiente. Os deseo que paséis una Nochebuena muy feliz en compañía de vuestros seres queridos. Besos y abrazos para todo el personal.

viernes, 23 de diciembre de 2011

MODA (y III)

 Sin embargo, lo peor de esto de la moda no es el hecho de que te timen. Lo peor es la presión hacia la uniformidad, la despersonalización que potencia. Ya no eres un individuo especial y maravilloso… o te dejas arrastrar por la tendencia o estás desfasado. Si te gustan los zapatos de punta afilada ¿por qué no te los puedes poner ahora? ¿Porque ahora se llevan las punteras redondeadas?  ¿O unas hombreras? ¿O unas plataformas? ¿Quién demonios sois, “creadores” para decidir lo que se lleva o lo que no? ¿Quiénes sois para condicionar el modo en que las personas tienen que sentirse guapas? ¿Quiénes sois además para imponer un ideal físico que se da de patadas con todo lo que es hermoso? Porque llevamos muchos años hablando de la anorexia y otros trastornos alimentarios y de la percepción de la propia imagen, pero la mayoría de modelos de pasarela (tan inalcanzables como diosas griegas, pero desde luego mucho menos hermosas) siguen teniendo cuerpos tan escuálidos que dan ganas de llevárselas a casa para invitarlas a un buen plato de lentejas (por no hablar de los modelos masculinos que tienen un abdomen que parece esculpido con un martillo y un cincel). ¿Por qué ese mensaje implícito de que si tu cuerpo no encaja en un determinado esquema más vale que lo ocultes? ¿Por qué una mujer regordeta ha de frustrarse y amargarse porque no encuentra en su talla una prenda que le gusta? De todas las mujeres que he amado en mi vida (que algunas ha habido) todas menos una eran (y supongo que aún lo serán) entradas en carnes. Ello no les impedía ser hermosas y nada podía impedir el hecho de que siempre las encontrase más bellas recién levantadas y con la cara lavada que emperifolladas. ¡Señor! ¿Cómo hay que tener las caderas para entrar en una talla 38? ¿Por qué tiene que haber “tallas especiales”? La presión es brutal. Por ello voy   proponer un eslogan más razonable que aquél con el cual empezábamos este artículo:


 Yo, solidariamente, me permitiré añadir que a mí me toca los huevos.

MODA (II)

 Cuando me visto de una manera determinada es por respeto, simplemente. En bodas, bautizos u otras ocasiones solemnes se supone que hay que estar a la altura y no desentonar. Desentonar en una ocasión así es pura gana de llamar la atención gratuitamente y eso no es elegante. La elegancia moral no me es ajena. Sin embargo hay personas para las que vestirse es realmente re-vestirse de una armadura, una armadura de supuesto prestigio por lucir ropa de tal o cual marca o llevado al extremo de los que se lo pueden permitir, de tal o cual diseñador (o “creador” como se han dado en llamar ahora).

 Dejen que les diga algo sobre los “creadores”. Hay chicos y chicas que empiezan en este mundillo del diseño, la confección y los desfiles que se lo curran a base de bien. Pero los “consagrados”, esos cuyos nombres figuran en letras brillantes sobre las entradas de tiendas exclusivas, viven del cuento vendiendo a precios exorbitados (disparatadamente por encima del coste de fabricación) basándose en el trabajo de un ejército de patronistas, modistas, operarios y demás personal auxiliar. Cuando mi padre empezó a trabajar por cuenta ajena, su labor consistía en dar forma física a lo que un “creador” había bosquejado (a menudo torpemente) sobre el papel. Resulta sorprendente, pero hay diseñadores de moda que ni siquiera son capaces de dibujar un cuerpo humano respetando las proporciones naturales. Mi padre acuñó entonces la siguiente máxima: “tú dibujas la paloma, ahora yo le pongo el pico… ¡y que coma!”. Elaborar una prenda de vestir es ingeniería pura. Se puede tener una idea, pero plasmarla sobre el papel descomponiéndola en múltiples patrones que encajen unos con otros y trasladarlos de las dos dimensiones a las tres de un cuerpo sólido es trabajo de chinos. Mi padre era bueno en eso (digo “era” porque acabó tan harto del tema que ya pasa de hacerlo por amor al arte). Digo sin pudor y sin alarde que centenares de prendas que luego llevaron en las tiendas el nombre de prestigiosos “creadores” salieron de las manos del equipo profesional en el que mi padre se batió el cobre durante veinticinco años… a cambio de una simple nómina. Llegar a ser “creador” es duro eso sí y muchos se quedan por el camino, pero el que se lo sabe hacer y tiene la suerte de que la peña divina de la muerte se ponga de acuerdo en que sus trapitos son la leche… ese ha pegado el pelotazo de por vida. Ya podrá poner sobre la pasarela las mamarrachadas más delirantes que su nombre abrirá todas las puertas… y las carteras del personal.

 Esto de las marcas de ropa es el cachondeo del siglo. De muestra, un botón. Tengo dos trajes, prácticamente idénticos entre sí. La diferencia es el precio. Uno lo compré en una gran superficie (ese es el más baratito) y el otro, pese a estar rebajado, lo pagué religiosamente a plazos en esos grandes almacenes del triangulito verde. El traje en cuestión lucía en el puño derecho de la chaqueta una etiquetita con una marca profusamente anunciada en televisión, etiqueta que yo me apresuré a retirar, enterándome luego de que hay gente que consigue esas etiquetitas para coserlas en los puños de sus trajes baratos y salir a la calle tan ricamente. Pues bien, cuando mi padre examinó ambos trajes con ojo crítico y profesional, palpando el género, examinando las costuras y demás… ¡concluyó que el más barato tenía mejor tela y mejor corte! En doscientas mil materias distintas no me fiaría del juicio de mi padre ni en mil años, pero en materia de trajes… ¿qué quieren que les diga? Me quedé muerto. Para más INRI, luego me enteré de que la marca del traje postinero y que es el nombre de un supuesto señor italiano… pues es mentira, ese tío no existe. Es una marca blanca, un producto de marketing… en definitiva, un fraude.

 (Continuará)

jueves, 22 de diciembre de 2011

MODA (I)


SOY UNA FASHION VICTIM
ANTES MUERTA QUE SENCILLA

 Así de feroz era el mensaje que se popularizó hace unos años, en parte gracias a cierta niña repelente metida a cantante efímera, en parte gracias a unos cartelitos amarillos que colgaban de los espejos retrovisores en los coches de algunas voluntariosas señoritas. Lo cierto es que se trata de una auténtica declaración de intenciones: la obstinada determinación de estar divina (o divino) de la muerte a toda costa. Lo que sucede es que el concepto de la supuesta divinidad de la muerte es muy elástico y depende ante todo del color del cristal con que se mire. Ante todo conviene diferenciar claramente dos conceptos: la moda o ir a la moda y la elegancia. No tienen por qué coincidir.

 Yo no soy una persona elegante y eso que tengo escuela. Mi padre fue sastre en Tánger y luego trabajó en un estudio de patronismo en una conocida firma de ropa. En su época de autónomo era su propio escaparate y vestía a diario con trajes cortados por él mismo. Su guardarropa era extenso y lo llevaba con  maestría. Yo en cambio he salido un desharrapado. No soy capaz de ser elegante y llego a esta  conclusión por simple comparación. Sirva como referencia la gente con la que paso más horas (despierto al menos) al año: mis compañeros de trabajo. Algo así como una segunda familia. Hasta hace poco éramos ocho: cuatro hombres y cuatro mujeres. Entre las mujeres hay un cierto equilibro en tanto que cada una es muy estilosa y elegante  a su manera. Se ve que dedican un tiempo moderado a pensar qué se van a poner y que disfrutan con ello. En cambio entre los hombres la cosa cambia: de uno resulta fácil deducir que lo viste su señora, de otros dos (yo soy uno) resulta aún más fácil deducir que la ropa nos la compramos nosotros mismos y que nos ponemos por la mañana lo primero que pillamos. El cuarto (por desgracia recientemente trasladado a otro equipo, lo que ha supuesto una gran pérdida, pues es un primor de hombre) es la elegancia personificada. Con un guardarropa comprado en su mayor parte fuera de temporada (lo cual reduce gastos) derrocha mejor gusto que muchos personajes que se pasan la vida en las boutiques. La elegancia es una actitud, casi un arte, una sensibilidad por la estética que a mí, al menos en la ropa me resulta absolutamente ajena. Creo que en algún momento de mi vida llegaré a emular a Einstein, que se vestía siempre igual hacia el final de su vida. Sin embargo admiro a quienes son elegantes porque admiro todo lo hermoso. Yo me conformo con imitar eficientemente la elegancia cuando lo necesito: un par de trajes, una americana, un pantalón, una camisa y un par de jerseys siempre en reserva… en fin, algo así como una colección de disfraces para ocasiones especiales, algo así como ponerse una armadura.

(CONTINUARÁ)

martes, 20 de diciembre de 2011

¡Mil entradas!

 Estoy alucinando. Llevo dos meses con este blog y ya han entrado a leer mis delirios en mil ocasiones. Quizá para bloggers curtidos esto sea una nimiedad, pero para mí, que soy nuevo en esto, es una delicia. Gracias a todos y a todas que dedicáis una pequeñita parte de vuestro tiempo a leer los frutos de mi mente calenturienta. Es un privilegio para mí. Sólo una petición: ¡comentad un poquillo, aunque sea para ponerme verde, hombre!

domingo, 18 de diciembre de 2011

NAVIDAD (y II)

 Quien quiera deprimirse en Navidad tiene todo el derecho del mundo a hacerlo y es probable que tenga buenas razones para ello… o al menos que él o a ella le parezcan buenas y eso ya es respetable.

 Sin embargo y a pesar de que mi lado escéptico contemple la Navidad con cierta distancia, debo reconocer que tiene algo especial. Algo que logra sacudir las fibras sensibles de muchas personas. Los cenizos con vocación frustrada de críticos (con lo cual se quedan en simples amargados) afirman que es censurable que sólo en Navidad nos acordemos de ser solidarios. Pues bien, esto es una memez. Es criticar por criticar. Primero, quien es solidario lo es todo el año. Segundo, si los que son solidarios todo el año aprovechan la Navidad para arrastrar del personal y sacar recursos para ayudar a los que lo necesitan, bien está. Las ONG se echan a la calle en estas fechas a la caza de fondos y suministros que deberán estirar durante buena parte del año. Hay que aprovechar el tirón y eso no es censurable. Es encomiable. Eso del “espíritu navideño” nos podrá parecer ñoño y cursi (de hecho a mí me lo parece), pero tildarlo de hipócrita ya pasa de castaño oscuro. Las grandes personas lo son todo el año, quien es una mala bestia no deja de serlo en Navidad y las simples buenas personas del montón… bueno, pues podemos aprovechar para evolucionar un poquito hacia el ser grandes personas.

 Luego hay algo especialmente doloroso. Las personas que sufren acusan más su sufrimiento en esta época, en especial aquellas que se encuentran solas, aunque hay historias diversas para contar. Yo vivo en contacto con historias de esa clase debido a mi trabajo y a algunas de mis relaciones personales. Para aquellos cínicos descreídos como yo que sienten la tentación de cachondearse de la Navidad ésta puede cobrar un sentido nuevo e inesperado: el de hacerla feliz para aquellos que no las vivieron felices en el pasado… o hacérsela feliz a los demás, sencillamente. Así podré reconciliarme con esto de la Navidad  a pesar de que los villancicos me sigan pareciendo insoportables, un belén me despierte la misma sensación que cualquier otra maqueta y los árboles adornados con bolas chillonas me parezcan una horterada, pero ¿saben una cosa? A mi hija le gustan y por lo que a mí respecta no necesito más para poner uno en mi casa  y adornarlo y todo.

sábado, 17 de diciembre de 2011

NAVIDAD (I)

 Ya es tiempo de escribir sobre la Navidad. que resulta tópico y lo cierto es que no me entusiasma, pero se trata de una parada obligada, o casi. Lo cierto es que la Navidad no me vuelve loco, precisamente. No soy persona religiosa, no me atraen los bullicios, no disfruto especialmente bebiendo alcohol ni yendo de compras (de hecho esto último me disgusta, pues soy de natural tacaño), detesto los villancicos (profundamente además)  y mi organismo, que de forma lenta pero inequívoca e inexorable empieza a acusar el paso del tiempo, tolera mal las comilonas.

 La alusión al aspecto religioso es inevitable porque, por mucho que le pese a los grandes almacenes y a las marcas de turrones, la Navidad es por encima de todo una fiesta religiosa cristiana superpuesta sobre una fiesta pagana preexistente (la de solsticio de invierno) para facilitar la asimilación de los conversos.   Es una fiesta que además abarca solo la vispera de la Natividad (Nochebuena y Misa del Gallo) y el día de Navidad en sí mismo y punto.

 Sin embargo, nuestras fiestas de Navidad constituyen un tinglado realmente espectacular. El alumbrado de las calles y el bombardeo publicitario nos empiezan a machacar desde noviembre. La presión al consumo es brutal. Hay que decorar la casa, comprar regalos, preparar comida para un regimiento y proveernos de bebidas alcohólicas para emborrachar a un elefante. Empalmaremos de este modo los preliminares (cenas y comidas de empresa), la Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y los Reyes. En total unas dos semanitas de locura durante los que se gasta dinero a manos llenas (quien puede y entre los que no hay quien se entrampa) y el cuerpo acusa los excesos culinarios y etílicos. Luego llegará la cuesta de enero.

 No sé porqué me da tanta grima la parafernalia navideña en general y los villancicos en particular. Será porque a mis ojos constituyen una de esas muestras ñoñas que tanto me gusta destripar cuando me pongo la máscara cínica y descreída  que cual concha de crustáceo protege mi interior blandito y sensible. Lo más probable es que sea debido a que me molesta profundamente la cuasi obligatoriedad de celebrar algo… o si no eres raro. Que no te guste la Semana Santa tiene un pase, que no te guste la Feria ya resulta chocante,  pero que no te guste la Navidad es casi de juzgado de guardia,

(CONTINUARÁ)

domingo, 11 de diciembre de 2011

DOLOR (y II)

  Rechazo la idea del dolor físico como un camino de perfección, en la línea de Santa Teresa de Lisieux cuando, con apenas veinticuatro años y mientras la tuberculosis la iba destrozando con horribles padecimientos, ella afirmaba que Dios le enviaba aquella prueba porque la amaba y cuanto más la amaba más pruebas le enviaba. Pienso que esto es enfermizo. Un intento desesperado de dar sentido al sufrimiento por parte de una mente saturada por la religión. El dolor físico, el dolor patológico digo, no el dolor como mecanismo adaptativo para evitar un daño. El dolor físico es una putada y punto. Se sobrelleva mejor o peor, eso es todo. El dolor emocional, sin embargo, es otra historia.

 El dolor emocional está muy mal visto. No queremos llorar, queremos reír, aunque haya motivos para llorar y el tema no haga ni puñetera gracia. Nos escondemos para llorar, no nos gusta que nos vean de esa manera, la cara se nos deforma, los ojos se nos enrojecen y se nos caen los mocos. Pero el dolor existe, es parte de la vida. Sobreviene ante las cosas desagradables que nos suceden, ante el sufrimiento de aquellos a los que amamos, ante los comportamientos censurables que cometemos… el dolor sobreviene y si no lo asumimos, lo abrazamos, lo vivimos y lo expresamos pagaremos las consecuencias, pero no solo nosotros.

 El dolor no se puede eliminar. Podemos negarlo, encubrirlo, fingir que no existe mediante mil vías de evasión artificiales y forzadas. Sin embargo caer en ellas tendrá el efecto de multiplicar a la larga el sufrimiento propio y el de que nos rodean. ¿Qué otra manera honesta puede haber de vivir el dolor que hacer lo que se debe? Llorar, consolar a quien amas, decir la verdad, pedir perdón, reparar un daño, admitir un error, cambiar un comportamiento… Lo que corresponda. Lo que sea, menos mirar hacia otro lado. Eso no. Otra vez no.

jueves, 8 de diciembre de 2011

DOLOR (I)

 Mi esposa, que es mi vida y mi luz, padece de fibromialgia. Eso significa que hasta la última fibra muscular de su cuerpo es una fuente en potencia de dolor sin que haya estímulo externo alguno que lo provoque. Unas veces duele más aquí, otras veces duele más allá… No se trata de dolores desgarradores, las más veces son molestias sordas, machaconas, algo así como el mal cuerpo de la gripe mezclado con hipersensibilidad al contacto, agujetas, hormigueos y contracturas que surgen caprichosamente, al azar. ¿Imaginan eso veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año? ¿Imaginan que la pregunta cada noche al acostarse no sea si mañana dolerá o no, sino si dolerá menos o dolerá más? A mí me cuesta trabajo imaginarlo y eso que vivo siendo testigo de ello todos los días. Yo no sé lo que haría en su lugar: anestesiarme con alcohol u opiáceos y meterme en la cama todo el día, suicidarme de la manera más expeditiva posible (como han hecho algunos afectados)… No lo sé. Quizá apretaría los dientes y seguiría adelante con mi vida, como hace ella.

 Una vez escuché en una conferencia relacionada con las adicciones una frase que me dejó de piedra. “Vivimos en una sociedad drogada” sentenció el ponente. Analgésicos para cualquier molestia física, ansiolíticos para cualquier leve asomo de ansiedad, antidepresivos para cualquier bajada de ánimo… Conste que no critico su uso, sino su abuso, incluso por parte de los propios médicos. ¡Es que soy tan reacio a tomarme una pastilla por un dolor de cabeza! “¿Qué haré si algún día tengo una jaqueca de verdad o me rompo la pierna por tres sitios?” me digo cuando alguien me sugiere tomar una pastilla.

 No soy masoquista, no me gusta sufrir, pero encuentro que los pequeños dolores físicos cotidianos (sobre todo a partir de cierta edad, que ya empiezo a sentir el mordisco del reuma en los días húmedos, herencia de mi buena madre) nos ayudan a mantener la lucidez,  a no perder demasiado de vista el lado amargo de la vida, lo cual puede convertirnos en sujetos sin perspectiva, con una visión deforme de la realidad. Si me duelen las manos en un día frío y húmedo, las abro y las cierro varias veces mientras me digo: “Podría doler más, no le des tanta importancia”. Lo cierto es que a veces también me quejo (me encanta quejarme, a veces es algo que hago de vicio) y digo tras un día que he estado mucho tiempo de pie: “¡Jo, de cintura para abajo no soy persona!”. Mi esposa me sonríe tristemente (curiosa contradicción de conceptos, pero creo que lo dejaré así) y a mí me consta otra vez que, en el fondo, no me duele nada. Son molestias, nada más.

 (Continuará)

martes, 6 de diciembre de 2011

¡PIRATAS! (y II)

 Hay quien dice por ahí que descargar archivos de la red perjudica a los artistas y eso, al menos en el caso de la música, no es exacto. Cualquier cantante saca más dinero con cinco mil fans en la puerta del concierto con su disco pirateado que con cinco mil copias vendidas (aunque lo cierto es que los auténticos fans no suelen piratear discos). Esto es debido a que de cada copia el porcentaje que se lleva el artista es, como máximo de un 15% del precio de tienda. La mayor parte del resto se lo lleva la compañía discográfica. Aquí en España la SGAE se lleva también un buen pellizco. La SGAE (Sociedad General de Autores y Editores) es una cueva de ladrones e impresentables como Víctor Manuel, Ana Belén y Ramoncín (el Rey del Pollo Frito) que ya de autores tienen poco, por no hablar del impresentable y ladrón número uno: Eduardo Bautista (alias “Teddy”) músico mediocre, peor actor y ex presidente de la entidad, actualmente imputado por delitos de apropiación indebida y falsedad documental, con el pasaporte retenido y la prohibición de abandonar el país. Una entidad que ha pretendido cobrar derechos de autor a los organizadores de una verbena de barrio porque en ella sonaban unas sevillanas anónimas del siglo XVIII. Y resulta que los que  nos descargamos un disco de vez en cuando somos los delincuentes. Por otra parte las compañías discográficas, si bien no son unos delincuentes (al menos atendiendo a la legalidad vigente) sí son unos explotadores.

 El Consejo de Ministros dejó en la cuneta hace pocos días la controvertida ley anti descargas (llamada popularmente “ley sinde” por el segundo apellido de la ministrilla de cultura, muy amiguita de la progresía intelectualoide) que hubiese abierto  la puerta al cierre de páginas web que incluyesen links de descarga de archivos. Estas webs actúan como enlace entre los usuarios que intercambian archivos a través de la red mediante programas especializados. Ejercen el mismo papel que aquel compañero de pupitre que te decía que fulano o mengano se había comprado tal o cual disco,  así que allá  ibas tú con la cintita virgen a gorronear. A veces colaba, a veces no, depende del buen rollito que tuvieses con el potentado que se hubiera comprado el disco. La única diferencia entre lo que se hace hoy en la red y lo que se hacía entonces atañe al volumen, nada más. Antes no importaba un ardite y hoy levanta ampollas. Aquí la preservación de la cultura no tiene nada que ver. Se trata de una pura y dura cuestión de pasta. Las compañías lloran porque su margen de beneficios se resiente (no tanto, leches, que les encanta llorar, se siguen vendiendo discos a miríadas). Los artistas, cogidos por los bajos, callan y otorgan (esto es comprensible, ¿cómo vas a morder la mano que te da de comer?) pero es que algunos incluso denostan fervientemente a los que copian y descargan ¡ah, sicarios de la industria que tenéis la desfachatez de ayudar a convertir el arte en negocio! Dice el director de cine Fernado Trueba que el gobierno ha tenido un acto de cobardía al no sacar adelante la ley sinde. Evidentemente este señor sufre mucho por los millones de copias ilegales que se hacen de sus películas (mientras escribo esta línea me retuerzo de risa). ¡Espabila, muchacho! En la red se copia sobre todo cine comercial norteamericano ¡y esa industria sigue haciendo caja pase lo que pase!

 Por mucho que les pese a cuatro mamarrachos que se las dan de intelectuales, descargarse una peliculita para vértela en tu casa en tu reproductor de DVD garrafón, (que reproduce hasta una galleta maría) no es ningún crimen (tampoco es que sea un acto precisamente ensalzable, pero esa no es la cuestión). Copiar y vender sí que lo es. Así que demonizarnos a todos los piratillas es una idiotez y una arguentación tendenciosa orquestada por figurines cuyos pedos suenan a ¡cling! de caja registradora. Que dios les confunda y el diablo se los lleve. ¡Que los pasen por la quilla! Nosotros mientras tanto empuñemos el ratón con la diestra, el disco virgen con la siniestra y ¡al abordaje!

sábado, 3 de diciembre de 2011

¡PIRATAS! (I)

  Soy un delincuente. Lo admito. Descargo archivos de Internet, sin pagar un céntimo (más que el coste del ADSL, claro). Películas, libros, música, videojuegos… lo que sea. Tengo junto a mi ordenador un montón de CDs y DVDs vírgenes dispuestos para ser grabados. Si alguien me pide una película… se la busco y se la doy. ¿Qué alguien me pide un disco raro? Lo rastreo por los oscuros vericuetos de la red hasta dar con él. Todo ello altruistamente, por descontado. Yo no me lucro con el pirateo como esos mafiosos que tienen torres con ocho y hasta diez grabadoras de DVD quemando discos a destajo para generar mercancía que los pobres esclavos del Top Manta colocarán a imbéciles demasiado tacaños para gastarse el dinero en el producto original y demasiado torpes para buscarse la vida ellos mismos, proveerse del software necesario y embarcarse en el proceloso mundo de la piratería informática de andar por casa. Pues de eso se trata, de un temita de andar por casa, o  casi.

 Cuando era un adolescente, allá por los dorados años ochenta, si un amigo se compraba un vinilo o un CD, que ya los había, le dábamos cintas vírgenes para que nos lo grabara. ¡Ah, aquellas cintas de casete grabadas y rebobinadas haciéndolas girar sobre un boli para no gastar las pilas del walkman! Copiábamos a todo meter, estaba prohibido claro, pero a nadie le importaba un pimiento. Era lo más natural del mundo.

 ¿Cuándo empezó a convertirse esto de la copia ilegal en un problema? Cuando con el acceso masivo a Internet y el desarrollo de la tecnología el tema del copieteo fue más allá del patio del colegio y alcanzó una escala planetaria. La pregunta del millón es ¿descargarse archivos de Internet está mal? Les dejo que piensen en ello.

(CONTINUARÁ)

viernes, 2 de diciembre de 2011

QUIERO SER SABIO

         Quiero ser sabio,
         tener mil  respuestas.
 Distinguir lo bueno de lo que está mal.
 Quiero ser sabio y descubrir todo engaño
 mío y los de los demás.
 Aquellas mentiras que lanzo a mí mismo
 para todo justificar.
 Aquellas mentiras que recibo
 y que a posta prefiero creer
 sin más.
 Quiero ser sabio y ver  la belleza que se oculta en lo oscuro
 en lo feo y en lo gris.
 Belleza genuina, humilde y discreta
 que vale la pena vivir.
 Que al sabio nada le es oculto.
 Nada  angustia,
 nada  inquieta.
 Por ello si algún día
 por una rara ventura
creyera serlo ya
sólo pido una gracia:
la piadosa bendición
de que un rayo me parta.

jueves, 1 de diciembre de 2011

NIÑOS Y DINERO

DECÁLOGO DE D. EMILIO CALATAYUD PARA CRIAR UN PEQUEÑO DELINCUENTE (VII)

DÉ A SU HIJO TODO EL DINERO QUE PUEDA GASTAR, NO VAYA A SOSPECHAR QUE PARA DISPONER DE DINERO ES NECESARIO TRABAJAR.


 Hace algún tiempo vi en televisión un anuncio de cierta marca de cacao en polvo, aparentemente inofensivo (el anuncio digo, el cacao vaya usted a saber). En el anuncio en cuestión una niña de once o doce años guapísima (como todas las niñas y niños que sacan en publicidad; se ve que los menos agraciados no son rentables) pedía dinero a su padre y éste (con una cara de batracio que tiraba de espaldas) le daba un euro. Ante tal desembolso la niña ponía una cara de asco tal que parecía que el padre no se hubiese duchado en un año. Acto seguido la niña y algunos amigos (entre ellos el conejo marrón mascota de la marca comercial y a todas luces adicto al cacao publicitado, dadas sus muestras de ansiedad ante la ausencia del producto y su evidente y desmesurado placer al consumirlo) improvisaban una banda de rock en plena calle y a base de tocar lograban que los viandantes empezaran a soltarles billetazos, todo para inflarse a cacao, para lo cual no habrían tenido más que abrir la alacena.

 Evidentemente el anuncio cumplió parte de su objetivo al quedar fijado en mi memoria, pero también consiguió cabrearme en extremo ya que su metamensaje me pareció nefasto. ¿Acaso una niñita de esa edad no puede irse a la calle una tarde con un euro en el bolsillo? ¿Acaso no tiene con eso para comprarse un paquete de pipas y un par de chicles? No hombre no, los niños tienen que ir por pantalones al cine (con lo caro que cuesta), cenarse una hamburguesa, irse a la bolera o lo que se tercie. En definitiva, ir con el bolsillo bien cargado no sea que pueda sentirse inferior a otros niños que sí lleven el bolsillo bien provisto, porque el consumismo brutal es ley. Hay que educar al perfecto consumidor desde la más tierna infancia para mantener el sistema en funcionamiento.

 Soy firme partidario de que los niños y adolescentes tengan su paga semanal, pero la paga no puede convertirse en una suerte de impuesto revolucionario, simple extorsión como la de esos mafiosos de las películas (aunque supongo que también se verá tal cosa en la vida real) que piden dinero al sufrido comerciante u hostelero a cambio de una supuesta protección que no es otra cosa que no reducirle el local a escombros y astillas. Dicho de otra manera: no se puede pagar a los niños (o no tan niños) a cambio de que no nos armen un cirio en la casa y el caso es que tal cosa sucede. Hay padres extorsionados de manera más o menos manifiesta o consentida, desde el padre o madre que no concibe que su vástago vaya a la calle tieso como la mojama hasta aquellos que son vilmente saqueados por los hijos, ya sea a escondidas o incluso abiertamente. El abanico de posibilidades entre ambos extremos es variado.

 Muchos padres desdeñan el valor educativo de que su descendiente vaya a la calle sin un céntimo en el bolsillo, sobre todo si no ha hecho nada para ganarlo, ni siquiera lo adecuado a la edad: sacar notas aceptables, colaborar en tareas de casa… en fin nada del otro jueves. Dejar de subvencionar la holgazanería de un hijo es muy educativo, pero claro, lleva a un conflicto que puede llegar a ser bastante crudo, sobre todo si se le ha estado subvencionando durante un largo tiempo. Dar dinero a un hijo que se dedica a tocarse las narices supone educarlo en la cultura del sablazo y el vivir del cuento, lo cual le convertirá en un desgraciado casi a la fuerza, pues vivir del cuento requiere un talento que no está al alcance de todas las personas.

 Luego está el problema de los hijos que trabajan y siguen viviendo en casa de sus padres sin contribuir a sufragar los gastos comunes. ¿Recuerdan aquel aluvión de jóvenes que abandonaban los estudios para irse a trabajar en la construcción durante el boom de la construcción? ¿Recuerdan cómo se llenaron las calles de cochazos conducidos por chavales de apenas veinte años? Hoy día la mayor parte de aquellos coches están en los depósitos de las financieras por impagos. El boom del ladrillo terminó.  Niñatos con coche caro y ropa cara dilapidando el dinero mientras en sus casas hacían encajes de bolillos precisos para cuadrar el presupuesto. Hoy no tienen oficio ni beneficio y se cuentan entre las nutridas filas del paro.

 Tratar de educar a un niño sobre el valor del dinero como un recurso necesario para la vida diaria y no como un mero medio de obtención de placeres resulta esencial. La difunta Cristina Onassis dijo en una ocasión que era muy pobre, porque no tenía nada más que dinero, pero al menos lo tenía, lo cual le ahorraba tener que preocuparse de llegar a fin de mes (aunque fuera una pobre desgraciada). Nuestros hijos tendrán que cuidar su economía doméstica en medio de un panorama social que se presenta peliagudo. O entienden el valor de un duro (Dios, cómo añoro a la peseta) o lo pasarán mal.

HITLER, EL INCOMPETENTE