jueves, 29 de diciembre de 2011

SHERLOCK HOLMES (II)

 Watson empieza a descubrir que su nuevo compañero de piso presenta insólitas características. Para empezar están sus inusitadas capacidades de observación y de deducción.  

“Pareció usted sorprendido cuando, nada más conocerlo, observé que había estado en Afganistán.

––Alguien se lo dijo, sin duda.

––En absoluto. Me constaba esa procedencia suya de Afganistán. El hábito bien afirmado imprime a los pensamientos una tan rápida y fluida continuidad, que me vi abocado a la conclusión sin que llegaran a hacérseme siquiera manifiestos los pasos intermedios. Éstos, sin embargo, tuvieron su debido lugar. Helos aquí puestos en orden: «Hay delante de mí un individuo con aspecto de médico y militar a un tiempo. Luego se trata de un médico militar. Acaba de llegar del trópico, porque la tez de su cara es oscura y ése no es el color suyo natural, como se ve por la piel de sus muñecas. Según lo pregona su macilento rostro ha experimentado sufrimientos y enfermedades. Le han herido en el brazo izquierdo. Lo mantiene rígido y de manera forzada... ¿en qué lugar del trópico es posible que haya sufrido un médico militar semejantes contrariedades, recibiendo, además, una herida en el brazo? Evidentemente, en Afganistán». Esta concatenación de pensamientos no duró el espacio de un segundo. Observé entonces que venía de la región afgana, y usted se quedó con la boca abierta”.

 (De “Estudio en Escarlata”).

 No menos sorprendentes que las dotes de Holmes resultan sus costumbres: entra y sale de casa a horas intempestivas, a menudo disfrazado con extrema habilidad; se levanta y se acuesta en horarios absolutamente irregulares,  pudiendo estar días sin dormir o pasar días en la cama o sumido en una especie de letargo en el sofá. Fuma como una chimenea, tanto cigarros como en pipa (guardando la picadura de tabaco en una zapatilla persa y los cigarros en el cubo del carbón); dedica horas y horas a complejos experimentos de química (a menudo peligrosos y malolientes o ambas cosas), toca el violín (incluso por la noche) y cuando cae en periodos de aburrimiento (lo que sucede siempre que no tiene un caso a la vista) puede llegar a dedicarse a escribir las patrióticas iniciales VR (Victoria Regina) en la pared a tiros de revólver. Por otra parte es un buen boxeador y esgrimista  que sin embargo no duda en castigar su cuerpo con inyecciones de cocaína diluida durante sus periodos de abulia, alternados con otros de actividad desbordante.

 Holmes es un personaje contradictorio también en su personalidad: frío y cortante las más veces, pero con destellos de afecto con Watson (la única persona que puede llegar a considerarse su amigo) que no dejan de sorprender; fieramente desconfiado con las mujeres, pero siempre tratándolas con gran amabilidad; capaz de codearse tanto con los miembros más sombríos del submundo de Londres como con la aristocracia; capaz de aceptar un caso sólo porque ha despertado su interés, aunque la persona que le pide ayuda no pueda pagarle. Lo verdaderamente grande del personaje de Holmes es su absoluto compromiso con la justicia (que no necesariamente con la ley, que no duda en violar ocasionalmente si ello sirve a su causa). Aceptará un caso sin beneficio económico si le parece y despreciará otro en el que no vea claros los motivos del posible cliente aunque prometa pingües beneficios. Por otra parte prestará desinteresadamente su colaboración a Scotland Yard en muchas ocasiones, dejando a los inspectores Lestrade, Gregson u otros todo el mérito y pidiendo expresamente no aparecer en los informes. Lo suyo es amor a su trabajo, no pretende hacer sombra a nadie. Absoluta entrega a su trabajo con energía, entusiasmo y honestidad, pues una de sus máximas es no especular nunca, nunca dejarse llevar por las primeras impresiones. Sólo basarse para sus conclusiones en los datos obtenidos tras una observación exhaustiva y libre de prejuicios. ¡A cuantos les luciría mejor el pelo si llevasen por bandera semejante método!

(Continuará)

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