Descubrí a este personaje hace relativamente poco tiempo y eso que he sido un lector empedernido desde los ocho años, edad a la que mi hermana me obligó a leer “La Isla Misteriosa ” de Julio Verne, lo cual nunca le agradeceré lo suficiente, pues marcó el inicio de una carrera lectora rayana en la obsesión que me ha dado dos cosas importantes: uno, cierta culturilla de trivial medianamente aceptable; dos, una razonable capacidad de expresión oral y escrita. Pero no divaguemos. Descubrí al famoso detective surgido de la imaginación de Arthur Conan Doyle gracias a Internet, mi salvación en lo que a acaparador compulsivo de libros se refiere desde que mi señora me prohibió meter más volúmenes de papel en casa (y no es que tenga tantos). El libro electrónico dio un giro a mi vida. Me descargué (legalmente esta vez) los relatos que se han dado en llamar el “Canon Holmesiano” y lo devoré en pocos días. Eso es todo lo que escribió Conan Doyle sobre el detective de Baker Street, aunque ha sido imitado hasta la saciedad, pero amigos míos, los pastiches no son tan buenos.
El carisma de Holmes me deslumbró y me molestó el modo en que el personaje ha sido deformado por el cine, hasta quitarle buena parte de su substancia. Adaptaciones más recientes están paliando esta situación. La última, estrenada en 2009 y protagonizada por Robert Downey Jr. y cuya segunda parte se estrenará en enero, pese al exceso de explosiones, acrobacias e histrionismo refleja bastante bien a mi entender la excéntrica brillantez del detective.
Sherlock Holmes, procedente de una familia de pequeños hacendados, se afinca en Londres con la firme intención de convertirse en “detective asesor”, concepto que él mismo acuña y para el que diseña su propio programa de estudios, siguiendo cursos aquí y allá. Es presentado a un joven médico militar, John Watson, recientemente pasado a la reserva tras casi dejarse la piel en Afganistán y al que las estrecheces económicas llevan a querer compartir alojamiento asequible. La necesidad es mutua, así que acuerdan empezar a compartir unas modestas habitaciones en el 221b de Baker Street.
Estuve en Londres, en la casa de Sherlock y fue un poco decepcionante: primero, gran clavada de libras para poder entrar; y después, la casa, es verdad, que estaba conservada según los canones de decoración y construcción victoriana, pero, no eran más que una colección de maniquies vestidos de época, antiguallas y antiguedades curiosas. Pero puedo decir que me hice una foto con el sombrero de Sherlock y su pipa. ;)
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