viernes, 23 de diciembre de 2011

MODA (II)

 Cuando me visto de una manera determinada es por respeto, simplemente. En bodas, bautizos u otras ocasiones solemnes se supone que hay que estar a la altura y no desentonar. Desentonar en una ocasión así es pura gana de llamar la atención gratuitamente y eso no es elegante. La elegancia moral no me es ajena. Sin embargo hay personas para las que vestirse es realmente re-vestirse de una armadura, una armadura de supuesto prestigio por lucir ropa de tal o cual marca o llevado al extremo de los que se lo pueden permitir, de tal o cual diseñador (o “creador” como se han dado en llamar ahora).

 Dejen que les diga algo sobre los “creadores”. Hay chicos y chicas que empiezan en este mundillo del diseño, la confección y los desfiles que se lo curran a base de bien. Pero los “consagrados”, esos cuyos nombres figuran en letras brillantes sobre las entradas de tiendas exclusivas, viven del cuento vendiendo a precios exorbitados (disparatadamente por encima del coste de fabricación) basándose en el trabajo de un ejército de patronistas, modistas, operarios y demás personal auxiliar. Cuando mi padre empezó a trabajar por cuenta ajena, su labor consistía en dar forma física a lo que un “creador” había bosquejado (a menudo torpemente) sobre el papel. Resulta sorprendente, pero hay diseñadores de moda que ni siquiera son capaces de dibujar un cuerpo humano respetando las proporciones naturales. Mi padre acuñó entonces la siguiente máxima: “tú dibujas la paloma, ahora yo le pongo el pico… ¡y que coma!”. Elaborar una prenda de vestir es ingeniería pura. Se puede tener una idea, pero plasmarla sobre el papel descomponiéndola en múltiples patrones que encajen unos con otros y trasladarlos de las dos dimensiones a las tres de un cuerpo sólido es trabajo de chinos. Mi padre era bueno en eso (digo “era” porque acabó tan harto del tema que ya pasa de hacerlo por amor al arte). Digo sin pudor y sin alarde que centenares de prendas que luego llevaron en las tiendas el nombre de prestigiosos “creadores” salieron de las manos del equipo profesional en el que mi padre se batió el cobre durante veinticinco años… a cambio de una simple nómina. Llegar a ser “creador” es duro eso sí y muchos se quedan por el camino, pero el que se lo sabe hacer y tiene la suerte de que la peña divina de la muerte se ponga de acuerdo en que sus trapitos son la leche… ese ha pegado el pelotazo de por vida. Ya podrá poner sobre la pasarela las mamarrachadas más delirantes que su nombre abrirá todas las puertas… y las carteras del personal.

 Esto de las marcas de ropa es el cachondeo del siglo. De muestra, un botón. Tengo dos trajes, prácticamente idénticos entre sí. La diferencia es el precio. Uno lo compré en una gran superficie (ese es el más baratito) y el otro, pese a estar rebajado, lo pagué religiosamente a plazos en esos grandes almacenes del triangulito verde. El traje en cuestión lucía en el puño derecho de la chaqueta una etiquetita con una marca profusamente anunciada en televisión, etiqueta que yo me apresuré a retirar, enterándome luego de que hay gente que consigue esas etiquetitas para coserlas en los puños de sus trajes baratos y salir a la calle tan ricamente. Pues bien, cuando mi padre examinó ambos trajes con ojo crítico y profesional, palpando el género, examinando las costuras y demás… ¡concluyó que el más barato tenía mejor tela y mejor corte! En doscientas mil materias distintas no me fiaría del juicio de mi padre ni en mil años, pero en materia de trajes… ¿qué quieren que les diga? Me quedé muerto. Para más INRI, luego me enteré de que la marca del traje postinero y que es el nombre de un supuesto señor italiano… pues es mentira, ese tío no existe. Es una marca blanca, un producto de marketing… en definitiva, un fraude.

 (Continuará)

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