jueves, 22 de diciembre de 2011

MODA (I)


SOY UNA FASHION VICTIM
ANTES MUERTA QUE SENCILLA

 Así de feroz era el mensaje que se popularizó hace unos años, en parte gracias a cierta niña repelente metida a cantante efímera, en parte gracias a unos cartelitos amarillos que colgaban de los espejos retrovisores en los coches de algunas voluntariosas señoritas. Lo cierto es que se trata de una auténtica declaración de intenciones: la obstinada determinación de estar divina (o divino) de la muerte a toda costa. Lo que sucede es que el concepto de la supuesta divinidad de la muerte es muy elástico y depende ante todo del color del cristal con que se mire. Ante todo conviene diferenciar claramente dos conceptos: la moda o ir a la moda y la elegancia. No tienen por qué coincidir.

 Yo no soy una persona elegante y eso que tengo escuela. Mi padre fue sastre en Tánger y luego trabajó en un estudio de patronismo en una conocida firma de ropa. En su época de autónomo era su propio escaparate y vestía a diario con trajes cortados por él mismo. Su guardarropa era extenso y lo llevaba con  maestría. Yo en cambio he salido un desharrapado. No soy capaz de ser elegante y llego a esta  conclusión por simple comparación. Sirva como referencia la gente con la que paso más horas (despierto al menos) al año: mis compañeros de trabajo. Algo así como una segunda familia. Hasta hace poco éramos ocho: cuatro hombres y cuatro mujeres. Entre las mujeres hay un cierto equilibro en tanto que cada una es muy estilosa y elegante  a su manera. Se ve que dedican un tiempo moderado a pensar qué se van a poner y que disfrutan con ello. En cambio entre los hombres la cosa cambia: de uno resulta fácil deducir que lo viste su señora, de otros dos (yo soy uno) resulta aún más fácil deducir que la ropa nos la compramos nosotros mismos y que nos ponemos por la mañana lo primero que pillamos. El cuarto (por desgracia recientemente trasladado a otro equipo, lo que ha supuesto una gran pérdida, pues es un primor de hombre) es la elegancia personificada. Con un guardarropa comprado en su mayor parte fuera de temporada (lo cual reduce gastos) derrocha mejor gusto que muchos personajes que se pasan la vida en las boutiques. La elegancia es una actitud, casi un arte, una sensibilidad por la estética que a mí, al menos en la ropa me resulta absolutamente ajena. Creo que en algún momento de mi vida llegaré a emular a Einstein, que se vestía siempre igual hacia el final de su vida. Sin embargo admiro a quienes son elegantes porque admiro todo lo hermoso. Yo me conformo con imitar eficientemente la elegancia cuando lo necesito: un par de trajes, una americana, un pantalón, una camisa y un par de jerseys siempre en reserva… en fin, algo así como una colección de disfraces para ocasiones especiales, algo así como ponerse una armadura.

(CONTINUARÁ)

2 comentarios:

  1. Entiendo,sin embargo creo que hay personas que son elegantes hasta sin ropa, y me parece que tu eres una de ellas. es que no te hace falta ningun trapo y festejo que no te preocupes de eso.y no se porque pero tengo el presentimiento que ya lo sabes, jejeje. por eso no te importa.

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  2. Oye, no sé quien eres, pero creo que mi esposa acaba de poner precio a tu cabeza.

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