viernes, 23 de diciembre de 2011

MODA (y III)

 Sin embargo, lo peor de esto de la moda no es el hecho de que te timen. Lo peor es la presión hacia la uniformidad, la despersonalización que potencia. Ya no eres un individuo especial y maravilloso… o te dejas arrastrar por la tendencia o estás desfasado. Si te gustan los zapatos de punta afilada ¿por qué no te los puedes poner ahora? ¿Porque ahora se llevan las punteras redondeadas?  ¿O unas hombreras? ¿O unas plataformas? ¿Quién demonios sois, “creadores” para decidir lo que se lleva o lo que no? ¿Quiénes sois para condicionar el modo en que las personas tienen que sentirse guapas? ¿Quiénes sois además para imponer un ideal físico que se da de patadas con todo lo que es hermoso? Porque llevamos muchos años hablando de la anorexia y otros trastornos alimentarios y de la percepción de la propia imagen, pero la mayoría de modelos de pasarela (tan inalcanzables como diosas griegas, pero desde luego mucho menos hermosas) siguen teniendo cuerpos tan escuálidos que dan ganas de llevárselas a casa para invitarlas a un buen plato de lentejas (por no hablar de los modelos masculinos que tienen un abdomen que parece esculpido con un martillo y un cincel). ¿Por qué ese mensaje implícito de que si tu cuerpo no encaja en un determinado esquema más vale que lo ocultes? ¿Por qué una mujer regordeta ha de frustrarse y amargarse porque no encuentra en su talla una prenda que le gusta? De todas las mujeres que he amado en mi vida (que algunas ha habido) todas menos una eran (y supongo que aún lo serán) entradas en carnes. Ello no les impedía ser hermosas y nada podía impedir el hecho de que siempre las encontrase más bellas recién levantadas y con la cara lavada que emperifolladas. ¡Señor! ¿Cómo hay que tener las caderas para entrar en una talla 38? ¿Por qué tiene que haber “tallas especiales”? La presión es brutal. Por ello voy   proponer un eslogan más razonable que aquél con el cual empezábamos este artículo:


 Yo, solidariamente, me permitiré añadir que a mí me toca los huevos.

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