domingo, 11 de diciembre de 2011

DOLOR (y II)

  Rechazo la idea del dolor físico como un camino de perfección, en la línea de Santa Teresa de Lisieux cuando, con apenas veinticuatro años y mientras la tuberculosis la iba destrozando con horribles padecimientos, ella afirmaba que Dios le enviaba aquella prueba porque la amaba y cuanto más la amaba más pruebas le enviaba. Pienso que esto es enfermizo. Un intento desesperado de dar sentido al sufrimiento por parte de una mente saturada por la religión. El dolor físico, el dolor patológico digo, no el dolor como mecanismo adaptativo para evitar un daño. El dolor físico es una putada y punto. Se sobrelleva mejor o peor, eso es todo. El dolor emocional, sin embargo, es otra historia.

 El dolor emocional está muy mal visto. No queremos llorar, queremos reír, aunque haya motivos para llorar y el tema no haga ni puñetera gracia. Nos escondemos para llorar, no nos gusta que nos vean de esa manera, la cara se nos deforma, los ojos se nos enrojecen y se nos caen los mocos. Pero el dolor existe, es parte de la vida. Sobreviene ante las cosas desagradables que nos suceden, ante el sufrimiento de aquellos a los que amamos, ante los comportamientos censurables que cometemos… el dolor sobreviene y si no lo asumimos, lo abrazamos, lo vivimos y lo expresamos pagaremos las consecuencias, pero no solo nosotros.

 El dolor no se puede eliminar. Podemos negarlo, encubrirlo, fingir que no existe mediante mil vías de evasión artificiales y forzadas. Sin embargo caer en ellas tendrá el efecto de multiplicar a la larga el sufrimiento propio y el de que nos rodean. ¿Qué otra manera honesta puede haber de vivir el dolor que hacer lo que se debe? Llorar, consolar a quien amas, decir la verdad, pedir perdón, reparar un daño, admitir un error, cambiar un comportamiento… Lo que corresponda. Lo que sea, menos mirar hacia otro lado. Eso no. Otra vez no.

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