sábado, 17 de marzo de 2012

ADICCIÓN AL COCHE

 Cuando uno se habitúa a tener coche, sufrir una avería es como enfermar o como si te partieran las piernas. De repente todo son vulnerabilidades y limitaciones. Hace unos días se partió la correa del alternador de mi coche, una avería poco importante, pero que se llevó 160 eurazos, con la molestia de dejarme tirado en el aparcamiento de un centro comercial y tener que darme un paseo de cinco kilómetros hasta mi casa mientras se lo llevaba la grúa. Teniendo en cuenta que suelo caminar esa distancia y más casi a diario no parece mucho, pero después de una guardia de veinticuatro horas, con apenas tres horitas de sueño y cargado con la mochila de haber dormido fuera no fue nada agradable. Estaba tan contrariado y me sentía tan desgraciado que ni caí en algo tan tonto como coger el autobús. Después de almorzar como es debido y dormir una buena siesta recuperé algo de lucidez y recordé con cierta rabia la época en que iba a todas partes andando o en autobús. No tenía coche ni carnet y no lo echaba de menos… además estaba hecho una sílfide. Luego empecé a trabajar a cuarenta kilómetros de mi casa y tuve que sacarme el carnet y tener coche. Empecé a abusar de él, usándolo más de la cuenta. Engordé y me volví blando. A día de hoy estoy aprendiendo a dejarlo aparcado si no me es imprescindible usarlo.

 Mirando en algunos foros de internet para investigar un poquillo sobre la naturaleza de la avería y sus posibles costes, llegué a la conclusión de que hay tipos que le dedican mucho tiempo al coche y lo cuidan mejor que a sí mismos, casi de manera obsesiva. Supongo que se tratará de hombres con bastante tiempo libre y a los que les gusta mimar su coche (ignoro si mimarán a sus esposas o a sus hijos de la misma manera, pero eso es harina de otro costal). Para mí lo ideal es un coche barato de comprar y mantener y que consuma poco (el mío cumple esos requisitos). Conozco a un tío que se compró un Audi TT y si le hacen un arañazo le duele más que si se lo hicieran a él. Para él es un símbolo de estatus. Una manera de decir ¡aquí estoy yo! Mi coche está ya bastante arañado y abollado  (no tanto como el anterior que tuve, pero vamos en camino). No me quita el sueño. Para mí el coche  sólo es un instrumento, una herramienta que sólo es buena en la medida que sirve a mis fines creándome pocos trastornos. No hay experiencia emocional, sólo es una extensión de mi cuerpo. El vacileo lo dejo para el Need for Speed,  donde no contribuyo a la contaminación ni a la masificación del tráfico.

 Lo que sí es cierto es que hay demasiados coches por la calle. Si fuera soltero y sin hijos y trabajara dentro de mi ciudad no me sería necesario tener el mío. Hoy he ido con mi hija a ver a mis padres. Viven a tres kilómetros de mi casa. Hemos ido andando y mi hija tiene diez años. Antes íbamos en coche. Los dos estamos sanos y tenemos bonitos pares de piernas, ¿por qué no caminar? Si te cansas tomas el autobús y en paz. Hay países más civilizados que el nuestro en este sentido, en los que el uso diario de la bicicleta y del transporte público está más extendido. En mi ciudad han hecho carriles bici después de muchos años de peticiones por los ciudadanos, pero yo no sé montar en bici. Tendré que conformarme con gastar suelas, con el mayor de los placeres.

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