Volviendo junto con mi hija de visitar a mis padres el pasado sábado, a eso de las nueve y pico de la noche, me sorprendió ver a una colección de personajes que se paseaban por las calles del centro tocados con pintorescos sombreros verdes. Me pregunté de que se trataba aquello, si no se trataría de los hinchas de un equipo de fútbol o pamplinas que se hubiesen prestado a una delirante campaña publicitaria. Sin embargo todo tenía una explicación más sencilla que comprendí al pasar junto a una de esas imitaciones de pub irlandés que tanto se están popularizando en los últimos años: ¡era el día de San Patricio, el santo patrón de Irlanda! Y como aquí en España somos tan respetuosos con los santos propios y ajenos, he aquí que se le ha de honrar empinado religiosamente el codo, dando cuenta de las deliciosas cervezas y sidras que sirven en dichos establecimientos y de las que tanto disfruté en otras épocas de mi vida más irreflexivas y despreocupadas.
Hoy día, sin embargo, más que sumarme a la juerga, tiendo a maravillarme de lo fácil que es encontrar una excusa para pillar una buena cogorza. Este Patricio se dedicó a predicar el cristianismo por antigua Irlanda en las postrimerías de Imperio Romano, allá por la primera mitad del siglo V y bastante poco se sabe de su vida, más allá de que nació en Escocia, era hijo de soldado, conoció la esclavitud y tuvo que afrontar la dura competencia de los druidas, cuyo poder seguía intacto en Irlanda, mientras ya era cosa del pasado en el resto del antiguo orbe celta. Hoy día la fiesta de San Patricio es una reivindicación del orgullo nacional irlandés y resulta especialmente espectacular en el desfile que se celebra en Nueva York, donde casi hay más irlandeses por metro cuadrado que en la propia Irlanda. Todo se tiñe de verde y la cerveza corre a raudales. Es una de tantas fiestas religiosas totalmente secularizadas y el personal se entrega a ella con pasión y aquí también estamos empezando a aficionarnos.
Sin embargo, miren lo que son las cosas, hay más de un San Patricio, pues hay otro santo con ese nombre que, casualmente, fue obispo de Málaga en tiempos del emperador Diocleciano, famoso entre otras cosas por la feroz persecución a la que sometió a los cristianos, dando a la Iglesia numerosos mártires como San Ciriaco y Santa Paula, también malagueños y asesinados a orillas del Guadalmedina. Este Patricio tuvo que pasarse la vida huyendo y acabó por exiliarse en la Galia donde murió allá por el año 307, unos ochenta años antes del nacimiento del Patricio irlandés.
Siguiendo con las casualidades, el San Patricio malagueño se conmemora el 16 de marzo y el irlandés al día siguiente. Puede que al final los hermanemos y acabemos bebiendo a la salud de ambos. Sin duda la idea no se le ha ocurrido aún a ningún hostelero por falta de documentación.
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