jueves, 1 de marzo de 2012

UN BILLETE DE CINCUENTA EUROS

 Escuché un bonito cuento con moraleja la otra mañana en la radio:  Había un chico que pasaba una mala racha. Perdió el empleo, la relación con su novia le iba fatal… en fin, estaba al borde del colapso. El caso es que para desahogarse quedó con una amiga a tomar un café. Mientras él narraba sus penurias ella le miraba con infinita paciencia. Cuando hubo finalizado la retahila, la muchacha sacó un nuevecito billetón de cincuenta euros y le preguntó a su amigo si quería el billete.

 “Claro” respondió “son cincuenta euros”.

 Entonces ella arrugó el billete convirtiéndolo en un gurruñito que le cabía en la palma de la mano y preguntó si seguía queriendo el billete.

 “Pues claro” respondió él “siguen siendo cincuenta euros”.

 Ante tal respuesta su amiga dejó caer el billete arrugado en el suelo (ya saben ustedes como se pone el suelo de algunos bares) y no contenta con esto empezó a pisotearlo y a restregarlo contra el suelo (sin duda gozaba de una economía desahogada) hasta que quedó hecho unos zorros. Entonces le preguntó si seguía queriendo el billete.

 “¡Pues claro!” exclamó él ya algo mosqueado. “Por mucho que lo arrugues o lo ensucies, mientras no se rompa, sigue conservando su valor”.

 “Pues a tí te pasa lo mismo” declaró ella. “Por mucho que la vida te castigue y te machaque, mientras no te rompas, sigues conservando toda tu valía”.

 El cuentito venía a colación de los estragos psicológicos que el paro está causando entre nuestra población, como un moderno jinete del Apocalipsis. Mata autoestimas, destruye voluntades y convierte a muchas personas en un pálido reflejo de sí mismas.   Durante demasiado tiempo el parado ha estado estigmatizado, tildado de holgazán por la rotunda sentencia de “quien quiere trabajar, trabaja”. En una coyuntura económica en la que se destruyen empleos a cientos, esta afirmación tiene cada vez menos peso. Hoy día quien quiere trabajar tiene muchísimas papeletas para pasarse mucho tiempo sin trabajar, al menos con un contrato digno… y los que estamos trabajando vivimos en la cuerda floja, que el tema pinta mal y no parece que vaya a mejorar, al menos de momento.

 En este triste panorama se vuelve prioritario reivindicar la dignidad de la persona apostando por estilos de vida que dejen atrás la cultura de la posesión de bienes materiales como signo de nivel social. No me tengo por catrastofista, pero… ¿y si este estado de corrupción política descarada, voracidad bancaria y empresarial desenfrenada y crisis de valores generalizada fuese el principio del fin de la sociedad occidental tal y como la conocemos? ¿Y si lo que acabe como nosotros no vaya a ser el holocausto nuclear, ni el cambio climático, sino la propia demencia de una sociedad que se degrada a sí misma? Por lo pronto bien haremos en dedicarnos a cuidar a aquellos que nos rodean para que no nos olvidemos de la propia valía, no sea que todos acabemos como billetes de cincuenta euros rotos en el suelo de un bar ficticio cualquiera.

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