Érase una vez una cadena de grandes comercios que disfrutaba de un sólido prestigio firmemente asentado sobre el esmero con que trataba a sus clientes. No era tan notorio el hecho de que trataba a sus empleados como si fuesen basura, pero bueno, tampoco es que en eso tuviesen el monopolio. Entre todos los servicios que ofrecía estaban los supermercados, que cómo no, se distinguían por lo carísimos que eran sus productos, sin embargo se enfrentaban a los mismos problemas que todos los demás, como por ejemplo ¿qué hacer con las mercancías que ya no podían vender a su apreciada clientela porque se aproximaba la inflexible fecha de caducidad? Hasta a esos fríos empresarios se les planteaba un serio dilema moral, porque una cosa es tirar a la basura yogures blancos, cartones de leche y panes de molde, pero tirar sobres de rico salmón ahumado, foie de oca y queso francés roza lo pecaminoso. En una de las tiendas de la cadena resolvieron la cuestión de manera expeditiva: lo donarían a las ONG´s de la zona. Así que un buen día comenzó la distribución y todos los beneficiarios quedaron muy agradecidos, pues cubrir las necesidades esenciales está bien, pero regalarse con cosas ricas está mejor. Todo fue bien hasta que a las lumbreras de una de las ONG´s beneficiadas se les ocurrió lo impensable (o al menos eso contaron los responsables de la cadena): pusieron una denuncia a sus benefactores por darles alimentos en mal estado. Inmediatamente se cortaron todas las donaciones y todos los beneficiarios se quedaron con tres palmos de narices porque, aunque fueran a seguir comiendo, no iban a poder ya disfrutar de cosas tan deliciosas y eso joroba.
Ustedes deciden si se creen el cuento o no.
Hace unos días mi amiga Malvi relataba en su blog cómo cogió en el supermercado un pañal demasiado grande para su bebé que estaba cagado de arriba abajo. Se le había olvidado reponer la provisión del bolso y aquello tenía su coña, ya que en casa guardaba cantidad. Comprar otro paquete de pañales daba coraje (sobre todo al precio que van) y ahí estaba ese paquete abierto diciendo “sírvete” así que se sirvió no sin embarazo y nervios, pues no es que esté acostumbrada precisamente a sisar cosas en los supermercados. Teniendo en cuenta que la bolsa de pañales en cuestión iba a terminar en la basura casi con toda seguridad, este pequeño hurto resulta irrelevante. Más dramático debe ser no tener para comprar pañales si te hacen falta para cambiar a tu bebé. En tal circunstancia la visión de la desaforada opulencia de mercancía acumulada en las estanterías del supermercado resulta una tortura. Si un segurata hubiese pillado a Malvi hurtando el pañal probablemente habría hecho la vista gorda (o quizá no). Si pillan a una persona tratando de sacar el paquete abierto, seguramente le hagan pasar un mal rato. Que le regalasen el paquete sería un sueño.
Se supone que cualquier persona que pase necesidad o cualquier entidad de presupuesto ajustado que tenga la responsabilidad de dar de comer a cierto número de personas van a recibir como agua de mayo una donación de alimentos, aunque estén caducados o les falte poco. Una vez los alimentos salen del circuito comercial dejan de estar sujetos a medidas tan estrictas (cámaras frigoríficas, furgones refrigerados, mantenimiento de la cadena de frío…) cuando un particular o una entidad recibe alimentos donados asume la responsabilidad sobre el uso de los mismos. Un alimento sin caducar puede corromperse por ruptura de la cadena de frío. Un alimento caducado puede ser apto para el consumo (de hecho generalmente lo son), pero su consumo en instituciones es ilegal. Manejar este tipo de mercancía es delicado y exige mucha responsabilidad. Denunciar al donante porque parte de la donación se haya corrompido es un despropósito absolutamente fuera de lugar, máxime en la situación económica y social que estamos viviendo. No digo que tengamos que volver a los tiempos en que se utilizaban profusamente las especias para disimular el regusto de los alimentos “pasadillos”, pero esto del “estado del bienestar” nos está reblandeciendo y a alguno parece que le ha reblandecido el cerebro. Hay quien tuerce el gesto ante un artículo por el que cientos de personas se pelearían sólo porque está pasado de fecha.
Se dice que ser pobre y de derechas es lo más patético que hay. En una época en que las ideologías están más muertas que las momias egipcias esta afirmación ha quedado desfasada. Yo diría que lo más patético que hay es ser pobre y señorito. No está el horno para bollos.
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