lunes, 12 de marzo de 2012

LOS SUIZOS QUIEREN CURRAR

 Tengo la creencia de que la sociedad que más se acerca a la concepción ideal de la democracia es aquella capaz de decidir cuestiones relevantes que atañen a los ciudadanos en una consulta popular o referéndum. Un ejemplo lo ha constituido hace poco la ciudadanía suiza, paradigma de la civilización occidental desarrollada e imbuida de sentido cívico, decidiendo por un 66% de mayoría no adoptar seis semanas de vacaciones para los trabajadores en lugar de las cuatro actualmente en vigor.
 La primera tentación ante una noticia de este calibre es la típica broma de “¡anda tú si hiciéramos el referéndum aquí…!”  o quizá tocarnos repetidamente la sien con el dedo índice e imitando al gran Obélix decir “¡están locos estos suizos!” Lo que es a mí, me ha dado que pensar. Pasado el primer arranque de irreflexiva admiración por una seria muestra  de  espíritu de sacrificio, es obligado pararnos a pensar un poco sobre lo que puede haber detrás de esta historia.
Bandera de Suiza La iniciativa de las seis semanas es presentada por el sindicato Travaill Suisse, que argumenta con datos en la mano que en los últimos años la presión sobre el trabajador suizo medio ha aumentado.  Un tercio de la población activa suiza sufre de ansiedad y fatiga, un veinte por ciento de los hombres en torno a los 55 años están fuera del mercado laboral por invalidez y el 40% de las prejubilaciones involuntarias son por motivos de salud. Algún precio debía tener el privilegio de ser el país con la séptima renta per cápita del planeta (España es la vigésimo tercera).  Los suizos trabajan un máximo legal de 45 horas semanales. Trabajando de lunes a viernes son nueve horas diarias, lo cual quiere decir que entraríamos a currar, por ejemplo,  a las ocho y si nos tomamos una hora para comer, saldríamos de vuelta para casa a las seis de la tarde. Si vivimos lejos del trabajo, pongamos a una hora de coche, eso quiere decir que salimos de casa a las siete de la mañana y llegamos a las siete de la tarde. Doce horas fuera de casa. Ocho para dormir. Cuatro para dedicar a la familia y los amigos y cenar rapidito alguna cosa.
 A mí me agobia un poco.

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