lunes, 30 de enero de 2012

¡BARES, QUÉ LUGARES..! (y II)

 Un elemento esencial para que un bar sea aceptable es la parroquia que se congrega en el mismo. Sin que sea preciso colgar el odioso “reservado el derecho de admisión” un hostelero puede dar un ambiente agradable a su local sólo con permitir unas actividades u otras. De muestra un botón. Hay una calle de  mi barrio en la que hay dos bares. Esto no tiene nada de extraordinario, ya que hay otras calles en la que se agolpan tres y hasta cuatro. Lo curioso de esta calle es la radical diferencia que hay entre ambos establecimientos: uno es el típico barecillo de tapas con una clientela de mediana edad que se comporta sin estridencias. El otro, pese a ser más grande y moderno es un antro donde se congrega la crem de la crem del barrio para fumarse cigarritos “aliñados” y empolvarse la nariz en el baño. Una gloria, vamos. Un buen o un mal bar lo hace su dueño, que atrae una clientela u otra.

 Recuerdo con especial cariño un bareto que había en el centro de Málaga hasta hará unos quince años. “Perejil” se llamaba. Un local viejísimo adosado a un patio en el que ponían las mesas (antiguos soportes de máquinas de coser con una losa de mármol como superficie)  de modo que te tomabas la cerveza bajo la ropa tendida de las marías. Una cestita con condones siempre estaba en un extremo de la barra y sobre la cesta una caricatura de Juan Pablo II con un condón enfundándole la nariz. Ponían unas papas con salsa que llamaban “atómicas”. Picaban como su puñetera madre, pero estaban riquísimas. El “Perejil” era punto de reunión de toda la patulea rebelde y contestataria, asidua de manifestaciones, sentadas, encierros y demás follones. Es una pena que desapareciera.

 Un antro que también me marcó fue el “Malagente” en calle Beatas. Un sitio hediondo que por no tener no tenía ni tazas de water, siendo suplidas éstas por simples agujeros en el suelo. El punk rock sonaba a toda leche y te daban un huevo duro con cada cerveza, con lo cual estabas condenado de una manera u otra, pedo y con el colesterol alto. Era una  mierda de bar, pero tenía su encanto.

 Hubo muchos en mi juventud: bares de ambiente gay en los que podías bailar como un energúmeno sin que nadie te mirara mal; el “Club”, donde la música de Nirvana, Pearl Jam y otros por el estilo te atronaba la cabeza y la manera de bailar era arrojarse encima de los demás; el “Sunset Boulevard”, decorado con carteles de pelis antiguas y donde ponían unos margaritas cojonudos y el “Pasadena Jazz”, con música en vivo y en el que el dueño, si estaba de humor obsequiba a la clientela cantando ópera. El tío tenía una buena voz.

 Eran garitos con personalidad propia. Hoy esto ya no se estila, pero en fin. A Bogart le quedaba París, en “Casablanca”. A mí me queda el recuerdo de aquellos bares del centro de Málaga en la primera mitad de la década de los noventa. La época en la que mejor me lo pasé… y  sin joder a casi nadie.

domingo, 29 de enero de 2012

¡BARES, QUÉ LUGARES..! (I)

 El otro día tuve que asistir a una reunión fuera de mi lugar habitual de trabajo y para hacer tiempo me mentí a tomar un café en un bar donde no había estado nunca. Me gustó. Era tan cutre que daba risa. De esos en los que la parroquia parece complacerse en competir por echar más cosas al suelo que el vecino y los camareros parece que están siempre enfadados y te perdonan la vida cada vez que te sirven, poniendo sobre la barra la consumición o el cambio con más fuerza de la necesaria. “Joven” me llamó el camarero que me sirvió, cuando tenía por lo menos diez años menos que yo. Me miró con suspicacia ante mi sonrisa. Lo único que sobraba eran los bebedores empedernidos que comenzaban la jornada con un buen copazo de aguardiente. El desayuno de los campeones. Lamenté no poderme echar un cigarro y lo eché al salir. Puta ley antitabaco.

 Este momento me hizo rememorar tugurios memorables unos, lamentables otros y sin pena ni gloria los más por los que he arrastrado mi anatomía desde que empecé a patear calle. La mayoría ya no existen y eso me hace sentir viejo… Un poco, al menos.

 Me gustan los bares. Son algo así como los oasis del desierto o las paradas de posta de una antigua línea de diligencias. Lugares donde puedes refugiarte solo o en compañía, ya sea huyendo del calor, del frío, de la lluvia o simplemente para poder esperar a la persona con la que has quedado sin tener que estar en la acera como un pasmarote. En unos panfletos repartidos a sus clientes, el propietario de una cafetería contra argumentaba la queja de sus clientes sobre el precio del café. Explicaba el señor que por el euro del café podías (aparte del café mismo) pedirte un vaso de agua, echar una ojeada al periódico, echar una meada sin que te mirara raro y tener incluso un rato de conversación intrascendente. Desde mi punto de vista tenía más razón que un santo. Aunque hoy día son ya pocos los sitios donde puedes tomarte un café decente por un euro. Aprovecho para publicitar uno: “Dapa incharse”, en Algarrobo Costa. De lo mejor, en todos los sentidos.

 (Continuará)

sábado, 28 de enero de 2012

LA JUERGA ME TIRA (y II)

 Además hay un problema añadido. Esta persona se cree con el derecho de tratar como basura a las personas que hay a su alrededor, en especial a aquellas que más la quieren, más se preocupan por ella y más la cuidan… Y si no se cree con el derecho, al menos no se para demasiado a pensar en si lo tiene o no. El caso es que lo hace.  

 ¿Cómo es posible tenerlo prácticamente todo en esta vida y no tener ni puñetera idea de qué hacer con ello sin jorobar a nadie? ¿Cómo se puede tenerlo prácticamente todo en esta vida y no estar satisfecho con nada?  Charlando la otra tarde con la madre de esta persona,  me decía que era como si hubiese nacido insatisfecha. ¿Acaso es ese vacío atroz de la perpetua insatisfacción lo que convierte a alguien en un absoluto egoísta incapaz de empatizar con nadie? ¿En qué momento de la infancia o de la adolescencia se produce ese cambio en psique que facilita pasar del egocentrismo  típico del niño pequeño a la sensibilidad por lo que ocurre más allá de los límites de los propios deseos? Dicho de otro modo: ¿cuándo demonios dejas de ser un ombligo con patas para pasar a convertirte en una persona?

 Y que me dejen de leches sobre que es por la educación, por el ambiente… Hay muchas ocasiones en las que sencillamente no tiene nada que ver. Esta persona se crió en un ambiente razonablemente estable, con padres que se preocupaban por ella. ¿Carencias afectivas? No más que las que pueda arrastrar yo mismo y muchas menos que las que arrastran personas que conozco y que se lo curran día a día con bastante dignidad. ¡Como si ahora pudiéramos echarle la culpa de todo a las zarandajas psicológicas! (Tiene gracia que precisamente sea yo quien diga eso). Pero ya está bien hombre, ya está bien de justificarse comportamientos inaceptables porque uno o una se siente mal con tal o cual cosa.

 Ignoro cual es el vacío o la tara mental que hace que esta persona se comporte como lo hace. Es sólo seis años menor que yo y crecí muy cerca de ella. Buena parte de lo que recibió ella, bueno o malo, también lo recibí yo. Algo tendrá que ver la voluntad en el modo en que deviene la vida de uno.

viernes, 27 de enero de 2012

LA JUERGA ME TIRA (I)

 Hay una persona que conozco desde la más tierna infancia, para la que salir por las noches es casi imprescindible. Y eso que ya tiene una cierta edad y graves responsabilidades. A casi todo el mundo le gusta salir por las noches (a mí también, aunque ya lo haga muy rara vez), pero hay personas para las que la salida nocturna no es tal si el alcohol no acaba saliéndote por las orejas. La persona a la que me refiero pertenece a esta clase.

 En alguna ocasión ya he referido que yo mismo no he sido lo que se dice un santo varón. Me he cogido mis buenas cogorzas y he vuelto a mi casa más de una vez midiendo el ancho de las calles, esto es, caminando en zigzag por la rotunda imposibilidad de hacerlo en línea recta. Estos lamentables episodios tuvieron lugar entre mis quince y mis veinticinco años. Luego me convertí en padre y (a muchos niveles) dejé de ser joven. Senté la cabeza, como se suele decir, y salvo algunas escapadas que nos dimos mi esposa y yo, en general llevamos una vida muy retirada que ya parece haberse cronificado, sin que ello nos suponga gran molestia.

 La persona a la que me refiero ha tenido la suerte en la vida de haber encontrado la estabilidad pese a los muchos errores cometidos en su juventud: economía saneada, familia… Pero le sigue tirando la noche… a muerte, porque si yo me diera esa caña tendría que llegar al hospital con el hígado en la mano.

 No lo entiendo. Llega un momento en la vida, sobre todo cuando ya tienes hijos, en los que el sentido común ha de sugerir que empieces a cuidarte, sin exageraciones: moderar un poquillo la comida, hacer un poco de ejercicio, dormir un número razonable de horas y sobre todo no castigar el cuerpo con tóxicos. Esto es indispensable para nuestro bienestar físico y mental, pero es que también tenemos la obligación moral de durar mucho tiempo en buenas condiciones, por nosotros mismos y por los nuestros. Uno nunca va a poder prevenir todas las condiciones que pueden finiquitar nuestras vidas, pero incrementarlas tontamente no es de recibo. Esta persona a la que me refiero es una irresponsable que no mira ni por sí misma ni por los que tiene a su alrededor y se pone hecha una fiera cuando le cuestionan algo de su estilo de vida. El suyo recuerda peligrosamente al estado en que se han encontrado no pocas personas a las que he atendido en la comunidad terapéutica en la que trabajo. En muchos aspectos vive de espaldas a la realidad y principalmente pendiente de satisfacerse a sí misma. Aún no ha tocado fondo, pero todo puede pasar.

 (Continuará)

SIN PIES NI CABEZA

 Ahora resulta que el gobierno va a y saca una ley por la cual las comunidades autónomas no pueden gastar más de lo que ingresan. Espere, espere… ¿Qué pasa? ¿Es que hasta ahora era lícito que las administraciones públicas gastaran más de lo que entraba en sus arcas? Al parecer sí. Un particular, ya sea una empresa o una familia, debe ajustar su gasto a la medida de sus ingresos y si no paga es moroso y cuelgan su nombre en una lista. Sin embargo un ayuntamiento, una diputación, un gobierno autonómico o un ministerio deja de  pagar a empresas proveedoras de bienes o de servicios, no pasa nada. Que la empresa va a la quiebra porque necesita esos ingresos y no los recibe… No pasa nada. Tiene que venir un gobierno nuevo a decretar por ley lo que es obvio.

 Aeropuertos monstruosos en poblaciones a las que ninguna compañía aérea quiere ir, presidentes autonómicos imputados en casos de corrupción, entidades sin ánimo de lucro destinadas a que cuatro prebostes (entre ellos un exjugador de balonmano metido a duque por el braguetazo de su vida) se llenen los bolsillos, un destituido alto cargo de un gobierno autonómico que exige recuperar su antiguo puesto de trabajo en la administración tras gastarse cerca de un millón de euros de fondos públicos en bienes de lujo y fiestorros aderezados con alcohol y cocaína a manta, amén de prostitutas (no precisamente de esas que se ofrecen en las esquinas… Un reguero de pasta quemada, literalmente quemada… Y ahora viene el nuevo gobierno a subirnos los impuestos porque hay que reducir el déficit público.

 Somos unos primos y nos la siguen metiendo doblada.

martes, 24 de enero de 2012

CERRADO POR NO PAGAR

Hace una semana, más o menos, paseando a los perros me dí cuenta de que una panadería recientemente abierta en mi barrio había cerrado. Más que cerrarla la habían arrasado, ya que dentro del local no quedaba nada salvo restos de mobiliario y porquerías varias esparcidas por el suelo. Sin embargo, lo más chocante fue el cartel de la puerta.
 Así, sin más ceremonia. ¿Quién había colocado aquel cartel? El propietario del local, seguramente, ya que estaba por dentro del cristal. Me pareció de bastante mal gusto. ¿Qué necesidad hay de proclamar a los cuatro vientos que alguien no se ha hecho cargo de sus pagos? Son cosas que hay que resolver en privado. El público escarnio no me parece un recurso legítimo para nada y sí una manera de hacer sufrir gratuitamente.

 No volví a pensar en el asunto hasta que el pasado domingo volví a pasar frente al local y descubrí que alguien había pintado con un spray de pintura negra sobre el cartel de marras.

 Evidentemente a alguien el cartelito le había sentado muy mal, pero ir por ahí pintarrajeando la propiedad ajena me parece totalmente fuera de lugar. Luego he visto dos cambios más: esa misma tarde el cartel había sido movido para que la frase pudiera verse otra vez y finalmente el lunes por la noche descubrí que lo habrían quitado. Probablemente el autor consideró que sus ansias revanchistas no justificaban el riesgo de que pintaran todo el cristal de negro, poco a poco.

 Este episodio estúpido me ha parecido algo muy triste. La crisis económica está generando historias muy dramáticas que tienen como telón de fondo el fracaso de empresas. Hace un mes en esa esquina había una panadería donde la gente entraba a comprar. Ahora no hay más que un local con el suelo comido a mierda. ¿A quién aprovecha esto? ¿No había ninguna solución para el conflicto? Ignoro de qué va esta historia, pero aquí huele a mala leche y la mala leche no nos sacará del atolladero en el que estamos metidos. Negocios de toda la vida se van al traste porque no pueden soportar la competencia de las grandes superficies y de las tiendas de chinos que no tienen que pagar la burrada de impuestos que debe afrontar cualquier autónomo porque el gobierno les libró de ello en virtud de los acuerdos comerciales con China. Todo es dinero, dinero, dinero… El dinero no se come, pero nos está comiendo.

domingo, 22 de enero de 2012

ESPÍRITUS (y IV)

 Como imaginará el lector, a estas alturas del cuento ya tenía yo los pelos como cerdas de cepillo, pero como escarpias se me ponían con los trances del muchacho. Imagínense el cuadro: un chico de barrio, malagueño hasta la médula, pero de los de barrio, criado a pie de calle. Esto significa que a la hora de hablar se comía tres letras de cada cuatro, o sea, que tenía una de las hablas más cerradas que he tenido la desgracia de echarme a la cara. Pues he aquí que el chico con los ojos cerrados y tras un rato de respiraciones profundas pero pausadas dice que se llama tal y cual (un nombre que no en todo caso no era el suyo) y se pone a hablar con una de las dicciones más exquisitas que he escuchado en mi vida. No es que le cambiara la voz ni nada por el estilo, pero… señor… ¡él no podría haber hablado así en su vida! Lo traté bastante y puedo asegurarlo casi sin miedo a equivocarme. Resultaba que el que hablaba por él era uno de esos guías espirituales y se dedicaba a hablarnos (a mí me lo parecía al menos) como si fuera uno de los predicadores de los Hechos de los Apóstoles con mensaje de fondo cristiano: amar al prójimo, buscar la paz y la justicia y todo eso. El caso es que eran mensajes tan absolutamente ambiguos que según le pillara a uno el cuerpo podían ser interpretados de media docena de maneras distintas… y una de estas interpretaciones por poco se carga el matrimonio del muchacho.

 Ocurrió de esta manera: tras los trances ellos volvían en sí desorientados y cansados y no recordaban nada de lo que había salido de sus bocas. Nosotros se lo repetíamos a grandes rasgos y una vez una de las comunicaciones emitidas por el supuesto guía espiritual iba en la línea de seguir el propio camino al margen de las seguridades que da lo material… más o menos. Pues el chico se lo tomó por la tremenda e interpretó que tenía que dejar el tema de la peluquería y dedicarse a su secreta vocación, que era ser músico, así tuviera que tocar por las calles. Dejó de ir a trabajar y se pasaba las horas muertas en su casa arañando la guitarra y componiendo melodías. Su esposa estaba desesperada, imagínense: un negocio iniciado con no pocas fatigas que amenazaba con irse al garete por un arrebato. El asunto era tan delirante que uno podría haberse partido de risa si no fuera porque la tensión entre los esposos llegó a ser alarmante. El colmo del surrealismo llegó cuando la madre de mi novia me propuso que hablase con él para tratar de disuadirle de su descabellado propósito, al fin y al cabo yo iba para psicólogo (¡les recuerdo que sólo era estudiante de primer año!). Yo decliné tal responsabilidad y ellos no insistieron. ¡Por el amor de Dios, yo era un crío y aquel descerebrado un hombre hecho y derecho! Por suerte se le pasó el arrebato e ignoro que fue de ellos, porque poco después me peleé con la muchacha en cuestión y seguí mi camino. No recuerdo a cuantas sesiones fui, pero fueron bastantes y casi todas en la línea que he descrito, salvo algunas en las que “apareció” un sujeto bastante desagradable que se dedicaba a insultarnos y amenazarnos. Incluso dijo su nombre: Roger Ferdinand. Me acordaré mientras viva.

 Durante los años que han seguido me he preguntado muchas veces que demonios ocurría realmente en aquel saloncito las noches de los lunes. ¿Un montaje para acojonar al noviete de la niña? Poco probable. ¿Estaban como cabras? Les aseguro que no, su extravagancia no iba más allá del gusto por lo esotérico (gustaban de echarme las cartas y hacerme la carta astral y esas cosas) pero por lo demás eran personas que funcionaban perfectamente en sus vidas. Si alguien me preguntase si yo realmente creo que aquellas tres personas eran poseídas por seres de ultratumba, me limitaría a encogerme de hombros tanto como la anatomía me lo permitiese. Eso sí: la sensación de que allí pasaba algo muy raro… pero que muy raro… no me la quita nadie.

 No he vuelto a tener contacto alguno con lo sobrenatural, ni maldita gana que tengo. Me preocupó seriamente que la persona a la que aludía al principio del escrito hiciese una sesión de ouija, porque simplemente creo que con eso no conviene jugar. Ya no entraré en las historias siniestras que circulan por ahí sobre las funestas y macabras consecuencias para necios que se han atrevido a jugar con el más allá. No necesito leyendas urbanas. He visto como a un hombre adulto y cabal se le iba la cabeza por un supuesto mensaje del más allá y eso ya me parece lo suficientemente concluyente como para decidir que a los muertos hay que dejarlos en paz.

 Las personas de este grupo eran muy agradables y totalmente inofensivas… Bueno, mi antigua novia se las traía, pero eso es otra historia. Sin embargo pienso que aquellos que buscan respuestas en el más allá son, en el fondo, personas frágiles e insatisfechas con sus propias vidas, presas fáciles para embaucadores sin escrúpulos que llenan las páginas de los anuncios por palabras de los periódicos y que incluso se asoman ya a la televisión.  Aquellos tres médiums que conocí  vivían su “don” en la privacidad y nunca se les pasó por la cabeza tratar de usarlo para lucrarse.

 La muerte nos asusta y tememos que sea el final. Hay quien se refugia en la fe en una vida mejor para afrontar la idea de morir. Yo prefiero dotar de un sentido a esta vida, la próxima ya vendrá, si es que la hay. Si no es así, como ya no estaremos para poder quejarnos, tampoco es que tenga demasiada importancia.

sábado, 21 de enero de 2012

ESPÍRITUS (III)

 La sesión comenzaba con unas oraciones de marcado corte cristiano, aunque ninguna de las aceptadas por la Iglesia.  Después de esto los médiums podían entrar en trance y contactar con los espíritus, esto es, dejarse poseer por ellos para que los usaran como canal de comunicación. En estas sesiones (ni en ningún otro lugar) nunca vi una materialización, ni objetos que se desplazaran, ni sonidos inexplicables, ni nada por el estilo. Nunca fui testigo de nada que no fuera una supuesta entidad sobrenatural hablando por boca de un medium.

 Las sesiones tenían dos objetivos: uno, escuchar los mensajes de entidades muy antiguas y evolucionadas denominadas “guías espirituales; dos, “elevar sufrientes”. Empecemos por lo segundo. Un “sufriente” es un alma de una persona cuya muerte física ha sido repentina o traumática, con lo cual se encuentra confusa, perdida y asustada por oscuras regiones sin que puedan encontrar “la luz”. De ayudarles a encontrarla se encargaba la señora. Cuando entraba en trance empezaba a respirar agitadamente, con los ojos cerrados y a balbucir como una niña. Entre sus balbuceos a veces se escuchan frases inteligibles, breves y escalofriantes… “Estoy solo”, “¿Dónde estoy?”, “¿Qué me ha pasado?”…  La respiración de aquella mujer era cada vez más profunda y agitada. Ignoro qué clase de procesos tenían lugar entre ella y el sufriente, pero la evidencia física del pavoroso esfuerzo que estaba haciendo era impresionante. Su enorme pecho se inflaba y se desinflaba como el fuelle de una fragua y el sudor perlaba su rostro deformado por el sufrimiento.  Finalmente, con un profundo suspiro,  se derrumbaba sobre el sillón, absolutamente agotada… y el sufriente había alcanzado la luz. O al menos eso afirmaban ellos.

 (Continuará)

viernes, 20 de enero de 2012

ESPÍRITUS (II)

 Hace poco una persona a la que tengo en gran estima me dijo que había hecho una sesión de ouija (ya saben, ese rollo de poner un dedo sobre un vaso y dejar que éste se mueva sobre un tablero revelando así supuestos mensajes de ultratumba). La reñí. La reñí en serio, pero creo que ella no se lo tomó en serio, cosa que yo sí hago.

 Cuando mi novia de aquel entonces me invitó a aquellas sesiones me esperé un tema así. Una reunión con una ouija y poco más, pero ella se apresuró a sacarme de mi error.  No iba a ser así. El grupo con el que ella se reunía era un grupo serio, nada de niñatos invocando a un espíritu con los dedos sobre un vaso y la media sonrisa en la boca. Era un grupo que contaba con tres médiums, personas supuestamente dotadas de una extraordinaria capacidad de percepción que les permitiría entrar en contacto con entes de más allá del umbral de la muerte. Aluciné. Todo aquello me parecía una broma, pero el asunto cada vez iba teniendo menos trazas de broma. El grupo estaba formado por adultos de mediana edad, entre ellos la madre de mi novia. Ella y yo éramos las personas más jóvenes que íbamos a asistir. Las reuniones tenían lugar en casa de uno de ellos: una señora muy educada que vivía en un piso diminuto, en cuyo salón nos apretujábamos alrededor de una mesa redonda cubierta de un mantel blanco. Sobre la mesa se colocaba un plato con sal (clásico elemento purificador) en la que se habían trazado dos surcos formando una cruz. Junto al plato ponían una reproducción de la cruz de Caravaca, a la cual se atribuyen poderosas propiedades de protección contra el mal de ojo, los maleficios, etcétera. Eso me explicaron.                  

 Los médiums eran dos mujeres y un hombre. Una chica de veintitantos años tímida y callada, una mujer en torno a la cincuentena y una tremenda obesidad (la alusión a su sobrepeso no es gratuita, luego se verá por qué) y un chico de unos treinta y pocos, peluquero de profesión, simpático y extrovertido. Su esposa también acudía a las sesiones.

 Aún me pregunto por qué me invitaron a asistir a aquello, pues era obvio mi escepticismo. Quizá esperaran hacer de mí un creyente o quizá simplemente les caí en gracia. No lo sé.   

 (Continuará)

jueves, 19 de enero de 2012

ESPÍRITUS (I)

 No pensaba ponerme a ello tan pronto, pero la petición popular ha hecho que se me despierte el gusanillo de escribir sobre los fenómenos paranormales. No se llamen a engaño, no es algo que me entusiasme, pero he tenido el suficiente contacto con el tema como para forjarme una opinión al respecto que no dudaré en compartir con ustedes.

 La creencia en una suerte de existencia más allá del umbral de la muerte ha sido consustancial a la especie humana desde sus orígenes. Es algo inevitable. Cuando un ser inteligente toma conciencia de sí mismo, de la propia singularidad, es razonable que la idea de la propia extinción resulte inquietante y genere rechazo. Se hace necesario diseñar una continuidad para la vida, desarrollar el convencimiento de que la muerte física no es el fin y la que existencia continuará… de alguna manera… en alguna parte. Cada cultura ha configurado la creencia en el más allá a su gusto. La que nos ha vendido el cristianismo no es la única ni la más atractiva. Además, como sea que el peso como referente espiritual de las iglesias cristianas en la sociedad occidental (sobre todo en Europa) cae en picado, una parte de la población busca el consuelo que da la fe en la otra vida por otros derroteros. Abundan quienes se arrojan en brazos de prácticas esotéricas. Yo estuve en contacto con personas que gustaban de estas prácticas. No estaban locas ni se distinguían en apariencia de cualquiera que pueda estar junto a usted en el autobús o en la cola del supermercado. Yo estaba enamorado de una de esas personas y por eso viví lo que viví.

  Imaginen a un muchacho con los dieciocho años recién cumplidos que se las da de librepensador sólo porque se ha matriculado en primer curso de psicología. Entrar en la casa de la chica con la que está saliendo y por la que está absolutamente colado y ver que por todas partes hay amuletos de diversos tipos y una impresionante colección de libros sobre todas las ramas de las ciencias ocultas es toda una experiencia para él que despierta su curiosidad y espolea su imaginación. Ese muchacho era yo, como ya habrán supuesto, con veinte años menos, más pelo, menos kilos y menos mala uva. ¡Lo que yo no habría hecho para obtener la aprobación de aquella chica! De modo que me lancé de cabeza a lo que me propuso: participar en sesiones de espiritismo.

(Continuará)

miércoles, 18 de enero de 2012

LA SENTENCIA

 Ya se dictó sentencia en el vergonzoso proceso por el asesinato de Marta del Castillo. Proceso vergonzoso y vergonzosa sentencia: veinte años de prisión  para el confeso asesino Miguel Carcaño y absolución para cómplices y encubridores. De la otra parte una muchacha muerta, su cadáver desaparecido y unos padres destrozados.

  Carcaño es un asesino que para más escarnio de nuestra sociedad se ha cachondeado de la policía mareando en una búsqueda infructuosa del cadáver que ha costado al erario público más de medio millón de euros. Un descerebrado sin oficio ni beneficio que va y le abre la cabeza a la muchacha por un quítame de ahí esas pajas. Con suerte cumplirá diez de los veinte años a los que ha sido condenado, pero lo cierto es que le ha caído la pena máxima posible según la ley. Si ahora fuera alguien (el padre de Marta, por ejemplo) y le descerrajara un tiro en la cabeza  le caería, posiblemente, la misma pena. A no ser que un abogado hábil lograra colar la atenuante de enajenación mental transitoria, con lo que se quedaría en homicidio y la pena oscilaría entre diez y quince años. ¿Equitativo? Desde luego no se puede ir por ahí matando a la gente.  Si creyera en la “justicia” expeditiva y sumaria (que no creo) el niñato en cuestión habría sido candidato ideal para haber sido “suicidado” discretamente en la cárcel o en un traslado. Hechos así ocurren en sociedades en las que la vida humana no vale nada; pero ¿acaso en nuestro Estado de Derecho la vida humana vale algo cuando un acto tan abominable es tratado de manera tan liviana? ¿Cuál es el valor de una vida humana? ¿Todas las vidas humanas tienen el mismo valor? ¿Tenía el mismo valor la vida de Marta del Castillo que la de Miguel Carcaño?

 Marta del Castillo está muerta y eso no lo cambiaría una pena más severa, pero quizá ayudase a sus padres a dormir un poco mejor por las noches… O a sentirse un poco menos ultrajados, que no es poco. En una sociedad con un sistema judicial que realmente cuidara de proteger a los ciudadanos, Miguel Carcaño no volvería a ver el cielo azul en toda su vida más que enmarcado por los muros de hormigón armado del patio de una prisión.  Aunque cumpliese la pena íntegra… que un sujeto capaz de romperle el cráneo a una chiquilla indefensa se reintegre algún día a la sociedad es una burla al sentido común y a la decencia. Nuestro sistema penal resulta mojigato e insólitamente benigno en las penas. Un reo de asesinato como Carcaño debe acabar sus días en prisión y sus cómplices cumplir condenas equitativas a su grado de responsabilidad… Ah, y permacer incomunicados hasta que confesasen la ubicación del cuerpo de Marta. Por mucho que los juristas se deshagan en complejas argumentaciones y parrafadas, sujetos así sólo tendrían que tener el derecho a seguir respirando, con el rostro de su víctima persiguiéndoles hasta que exhalen el último suspiro.

domingo, 15 de enero de 2012

El cementerio de San Miguel

 No tiene nada que ver con el sombrío estado de ánimo que me ha creado la noticia funesta a la que aludí en la anterior entrada. Me gustan los cementerios. Los cementerios antiguos. Son uno de los pocos lugares en las grandes ciudades en los que el tiempo parece haberse detenido en cierta medida y eso, para alguien que disfruta de la historia y del arte tanto como yo, tiene su aquel. Contando además con el innegable atractivo de que en ellos se respira una absoluta calma.

  En Málaga hay dos cementerios de este tipo. Uno es el de San Jorge, popularmente llamado el cementerio inglés y que increíblemente aún no he visitado. El otro es el cementerio de San Miguel, inaugurado en 1810, aunque su actual estructura de panteones monumentales no empezó a configurarse hasta mediado el siglo, época del ascenso de la burguesía malagueña, enriquecida por el auge industrial de la segunda mitad del siglo XIX y que se iría definitivamente por el sumidero al finalizar la Primera Guerra Mundial, dejando como mudos testigos las chimeneas de las antiguas fundiciones que aún se alzan junto a nuestras playas.

 Hoy he visitado el cementerio por enésima vez y por enésima vez me he encontrado entre sus vetustos panteones con el solitario monje que vela por las almas de los allí sepultados. Curioso hombre este que vive entre los muertos, donde muy pocos estarían dispuestos a vivir. Lo cierto es que el entorno es bastante lúgubre, en parte debido al grave deterioro que, pese a las obras de reacondicionamiento, aún presenta el lugar, pero el fraile se mueve por allí como Pedro por su casa.

 Que nadie me juzgue mal. No es el morbo lo que mueve, ni el regusto por lo paranormal. No soy de ese palo (otro día escribiré sobre mis experiencias con lo paranormal, que no pienso repetir ni harto de vino). Entre los panteones de la rancia burguesía, casi una especie de aristocracia, experimento la misma sensación que en una catedral gótica o en un museo arqueológico: la sensación de que el pasado ha quedado fijado allí como imágenes en una antigua placa fotográfica. Personajes de gran importancia duermen aquí su sueño eterno: el industrial Manuel Agustín Heredia; Manuel Domingo de Larios y Larios; los pintores José Denis Belgrano, José Moreno Carbonero y Antonio Muñoz Degrain (autor de las pinturas que decoran el techo de la platea del Teatro Cervantes) y el compositor Eduardo Ocón, entre otros. Sólo por este motivo el cementerio ya habría merecido más consideración por parte de las autoridades, pero es que además sus panteones constituyen una muestra artística de primer orden que aglutina diferentes estilos y que necesita una rehabilitación urgente. Lamentablemente será que al no existir un directo interés económico para nadie (como por ejemplo, la instalación de un gran centro comercial en el solar de al lado) en que este importante enclave histórico luzca como merece, las obras de restauración no constituyen una prioridad.

Lo cierto es que el cementerio atrae a pocos visitantes. Quizá ahora que se están construyendo columbarios puede que empiece a haber más movimiento y se aceleren los trabajos de rehabilitación. A quienes sí atrae el cementerio es a los amantes de lo paranormal y lo esotérico, algunos francamente desequilibrados como nos sugieren las rarezas que se pueden encontrar en el camposanto y de las que dejo una muestra la izquierda de estas líneas. Ritos, invocaciones y demás excentricidades que faltan a la dignidad de los difuntos y afean un entorno que es parte de nuestro patrimonio histórico y cultural. Por mucho que estemos en la era de la información y de que la cultura esté al alcance de cualquiera hay cosas que nunca cambian… La superstición en una. Otro día escribiré sobre mis experiencias con lo paranormal. Hoy no me apetece.

sábado, 14 de enero de 2012

TE HAS MUERTO

Esta noche me han dicho que te has muerto.

Ha sido casual, un comentario en el portal del edificio donde vivo. Un chico del barrio, que te conocía… “Oye, te acuerdas de fulano, ¿verdad? Pues se ha muerto”.

Como un perro, reventando en el asiento trasero de un coche mientras te llevaban al hospital, puesto hasta las cejas de no se qué mierda que te habías metido. Tu cuerpo se paró, simplemente. Colapsado, machacado, destrozado… No pudo más.

Te conocí hace años. Joven, muy joven y muy hecho polvo. Tenías problemas, pero nada que no tuviese arreglo. Te abriste a mí, me abriste la puerta a tu vida entera, sin pudor y sin reservas. Confiaste en mí hasta que no te quedó nada que contar. Tus padres se volcaron en ti, tu novia se volcó en ti. No sirvió de nada.

Lo tenías todo. Eras guapo, fuerte, simpático, de palabra fácil… El tipo de chico que yo soñaba con ser cuando era un adolescente apocado y enclenque. Supongo que resultaría fácil enamorarse de ti. Tu novia lo estaba. A fe mía que lo estaba. Pero más le hubiese valido no estarlo porque al parecer no la considerabas lo suficientemente buena, porque volviste a cambiarla por el alcohol, las pastillas y la cocaína… Los buenos propósitos, las promesas, los sueños se convirtieron en humo. Ella te dejó. Tuvo el coraje de hacerlo y buscar su propio rumbo. ¿Habrá quien ose reprochárselo? ¿Quizá lo hiciste tú? No lo sé. Tampoco me importa. Yo no me atrevería a reprocharle nada, pero a ti, de tenerte enfrente, te cubriría de improperios. ¿Cómo se puede ser tan torpe y echarlo todo por la borda? ¿Qué fue lo que falló? ¿Qué seguía sin funcionar dentro de tu cabeza para que volvieses como cabra a tirar al monte?

No logré ayudarte. Eso es lo que me llevo. Pero tú te has muerto por irresponsable, por egoísta, por desagradecido y por idiota. Descansa en paz, tú que puedes. Para ti todo ha terminado. Para los que dejas atrás todo continúa.

viernes, 13 de enero de 2012

SOSTENIBILIDAD (y II)

Luego está el asunto de los residuos.

Hace poco, una persona muy querida y que tiene la rara habilidad de inducirme a la reflexión, me afeó el hecho de que desconociera que las latas se tiran en el mismo contenedor que los plásticos y los tetra briks, esto es, el amarillo. Me dio tanta vergüenza que he empezado a separar los residuos en casa y a utilizar los contenedores de reciclaje, cosa que no estaba haciendo, lo cual admito no sin embarazo. La basura es un recurso, fuente de energía y de materiales y hay que reciclarla. Lo cierto es que haciéndolo me siento gratificado, lo mismo que procurando encender sólo las luces necesarias, no gastar el agua caliente en exceso, comprando sólo la comida necesaria y procurando tirar lo menos posible… consumiendo moderadamente no sólo porque la economía me fuerce a ello, sino porque así tengo la impresión de que no estoy esquilmando el planeta.

Esto del consumo tiene trampa. Por un lado nos dicen que el incremento del consumo es necesario para reactivar la economía. Si no se consume las empresas no venden su producción, no hacen beneficios y deben despedir trabajadores. O sea, hay que consumir para mantener el Estado del Bienestar. Nos da miedo que el Estado del Bienestar desaparezca, pero es que se cimenta sobre la realidad de que el veinte por ciento de la población mundial (dentro del que nos encontramos usted y yo) acapara el ochenta por ciento de los recursos, mientras que el ochenta por ciento restante de los seres humanos de este planeta se las apaña con el veinte por ciento de los recursos que les dejamos. Nuestro estatus privilegiado, incluso el de aquellos que como yo viven con ingresos muy discretos para lo que son los estándares en el mundo desarrollado, se asienta sobre la pobreza de millones de personas. Nuestros bienes son producidos además por una maquinaria industrial que deteriora el medio ambiente devorando masas forestales, asfixiando los mares y ensuciando aires y tierras. Entonces ¿es aumentar el consumo un comportamiento responsable? ¿No será un suicidio de la especie humana a largo plazo? ¿Es más loco el “freegan” que coge comida de la basura para denunciar el despilfarro o el empresario que la tira? ¿Tenemos derecho a hipotecar la calidad de vida de nuestros descendientes sólo por nuestro afán de comodidad? ¿Qué clase de planeta recibirán nuestros biznietos? ¿Nos juzgarán duramente por olvidar la fragilidad del equilibrio natural que persistentemente nos empeñamos en destrozar en aras de nuestro estilo de vida? Yo lo haría.

jueves, 12 de enero de 2012

SOSTENIBILIDAD (I)

Mi amigo Rafael Salcedo ha publicado en Facebook un vídeo de Antena 3 en el que aparece el Banco de Alimentos de Málaga, en el cual lleva ya algunos años realizando una inestimable tarea en la captación de donaciones. En el vídeo se hace referencia a la burrada de alimentos que se tiran en la basura al cabo del año en la Unión Europea. No citaré datos y cuelgo el vídeo, lo que me parece mucho más práctico. Viene a reforzar lo que ya expuse en mi anterior entrada.


Más vídeos en Antena3

 Ver tamaño desperdicio de recursos me ha hecho recordar aquel episodio del transportista que llevaba a quemar un remolque repleto de berenjenas y al que ya aludí en la entrada MISERIA. Volví a estremecerme ante la extrema mezquindad de un ser humano que destruye recursos por miedo a que su reparto gratuito haga bajar los precios de venta. Vamos, como si alguien con dinero para comprar su comida en un mercado fuese a recurrir a un banco de alimentos o algo similar. Semejante despropósito ya me hizo pensar sobre lo condenada a la autodestrucción que está una especie que convierte en humo sus propios medios de subsistencia, o tanto da que los tire a la basura. Viene a ser lo mismo.

 Nunca fui alguien con especial conciencia ecológica; es más, los ecologistas siempre me inspiraron cierto desdén, tendiendo a considerarlos más “freaks” que a mí mismo. Sin embargo, ya sea porque los años me puedan estar volviendo algo más sabio (es posible, o al menos me gusta pensar que así pueda ser) o porque mi condición de padre de familia con un sueldo discreto me está educando a la fuerza en  la necesidad de optimizar los recursos, cada vez soy más consciente de la necesidad de dar a éstos la justa importancia. Si ello es imprescindible para mi supervivencia y la de los míos también lo es para la de la especie.

 Los recursos…

 Conduzco ochenta kilómetros diarios para ir y volver de mi lugar de trabajo.  Soy consciente de la cantidad de combustible que gasto cada semana y trato de conducir de modo que la energía cinética y la fuerza de la gravedad trabajen para mí ayudándome a reducir el consumo, manteniendo una velocidad constante y moderada. Lo hago por dos motivos. Uno es que el combustible cada vez está más caro. Otro es que al hacerme consciente de lo presentes que están los derivados del petróleo en los materiales de nuestro entorno, me resisto a quemar algo tan precioso corriendo con el coche. A pesar de que me gusta correr… Me gusta demasiado.  Otros conductores me adelantan corriendo como si la vida les fuera en ello. El combustible, petróleo refinado, las entrañas de la tierra que mantienen viva nuestra economía ardiendo y quemándose tontamente en los motores de millones de coches lanzados por las autopistas. Cuando bajo al centro con mi hija elijo el transporte público. Ella también lo prefiere.

(Continuará)

sábado, 7 de enero de 2012

COMER

 Tras haber escrito la anterior entrada desempolvé un comentario que hizo un amigo en el artículo MISERIA, uno de los primeros de este blog. En él hay una dirección de internet de la página de cierto partido político de nuevo cuño al cual, dicho sea de paso, dí mi voto en las recientes elecciones en vez de sumarme a la histeria colectiva de arrojarse en los brazos de la derecha. En la página se alude a un estudio realizado a expensas de la Federación Española de Hostelería y Restauración según el cual los restaurantes españoles tiran a la basura cada año 63.000 toneladas de comida. Eso son quinientos kilos por establecimiento y año. Sólo un diez por ciento de esta comida es la que los comensales se dejan el plato. El restante noventa por ciento es comida que se compra y no se llega a utilizar.

 En el mismo artículo también se alude a las medidas que hace ya algún tiempo se están tomando en algunas ciudades contra las personas que recogen comida en los contenedores de basura de los supermercados y grandes superficies: multarlas. Concretamente en la capital del reino la multa prevista por la Ordenanza de Limpieza y Gestión de Residuos para las personas sorprendidas en el flagrante delito de meter mano en un contenedor de basura es de 750 eurazos. La misma idea es tan perversa que no sabe uno si llorar de rabia o de reír presa de la demencia. A una señora o a un padre de familia que busca comida en un contenedor porque no tiene dinero para comprarla, un diligente policía municipal le encasqueta un multazo que no podrá pagar. Cuando los portavoces de los grupos de la oposición cuestionaban la medida, la por entonces concejala, hoy alcaldesa, esposa del ex presidente de gobierno más inexpresivo y bajito de la historia de la democracia, replicaba la siguiente perla para grabar en mármol: “Yo me niego a vivir en una sociedad en la que tenga que aceptar que hay personas que van a rebuscar en la basura para comer”. ¡Nos ha fastidiado la buena señora! ¡Y su gesto heroico a la altura de tan noble inconformismo es castigar salvajemente a los ciudadanos!  Frases así merecen ser recordadas en época de elecciones, señora alcaldesa.

 Los supermercados tiran comida a la basura. Alguna gran superficie (en mi ciudad al menos una, me consta porque mi esposa trabajó allí) arroja los artículos retirados a una máquina que los tritura y compacta antes de tirarlos, así nadie puede recogerlos. Puede parecer un gesto de maldad, pero en su día tuvo su por qué. La gran superficie donaba los alimentos retirados de la venta a estos “programas” para drogodependientes en los que las personas se rehabilitan rezando a Dios y trabajando como mulas para mayor gloria (y lucro) de la causa. Se descubrió que estos mercaderes y esclavistas encubiertos vendían una parte de los alimentos recogidos. Al gerente se le hincharon las narices (con razón) y cortó radicalmente las donaciones. Podría haberlas reasignado a receptores honrados, pero no lo hizo.  

 Los comedores sociales, se llenan. Los bancos de alimentos no dan abasto. Las entidades sin ánimo de lucro deben apelar a la generosidad de los ciudadanos para captar recursos. Mientras, la comida se tira por toneladas. Todo el mundo habla de crisis, pero no se habla tanto de los que más sufren. Se habla de producción, consumo, costes, beneficios, déficit, oferta, demanda, mercado… ¿pero qué pasa  con el hambre? Hay veces en que la especie humana resultaría casi de chiste… si no fuese tan patética.

viernes, 6 de enero de 2012

AL MARGEN (y III)

 Hará unos quince años, cuando aún estaba estudiando, colaboraré un tiempo con una asociación dedicada a atender a esta población y surgida en torno a unas religiosas escindidas de una orden cuyo carisma es la atención a las mujeres que hoy llamaríamos “en exclusión social” entre ellas las del mundo de la prostitución. El punto de fricción es que la orden partía de la base de ayudar a las mujeres cuando estuvieran dispuestas a dejar la calle y las religiosas de este grupo “disidente” opinaban que las mujeres merecían ser atendidas incluso si se seguían prostituyendo. Esta diferencia de criterio llevó a la salida de la congregación de ocho hermanas. Abandonaron el hábito y se establecieron por parejas en diversas ciudades de España, viviendo de empleos comunes y dedicando su tiempo libre a su verdadera vocación. En la asociación dábamos clases de alfabetización, teníamos un servicio de orientación sobre salud e higiene, sobre la realización de trámites administrativos… un poco de todo. A veces el único servicio era tomar un café en la salita y simplemente escuchar.

 Luego estaban las visitas.

 En varias ocasiones acompañé a estas religiosas en sus visitas a las mujeres, ya fuese en su domicilio o en su lugar de trabajo. Conocí una pensión de mala nota de esas en las que se alquilan las habitaciones por hora y algunas mujeres me abrieron las puertas de su casa. Entré en algún lugar inenarrable, como el cubículo de una mujer ya metida en la cincuentena, enferma de cáncer y que ya desahuciada simplemente esperaba la muerte en compañía de varios perros y gatos que se habían adueñado del lugar sucio y lóbrego. Ella había llegado a España desde su nativa Bélgica siendo muy joven y muy bella. Había ganado mucho dinero del que ya no quedaba nada. Aquella mujer no vivía en exclusión social, vivía en el infierno, aunque perdida en los recuerdos de un pasado que a ella se le antojaba hermoso, ya presa de un deterioro mental considerable.

 Otro día, en cambio, visité una casa absolutamente distinta. Una casa como la mía (demonios, estaba más limpia y ordenada que la mía). En ella vivían una mujer y su hija. La mujer tenía casi cincuenta años y su hija veinte y pocos. La mujer se prostituía y la hija estaba aquejada por un raro síndrome muscular que le iba deformando el cuerpo poco a poco (amén de otros problemas de salud, de hecho murió algún tiempo después). Ambas nos recibieron, nos sirvieron café y hablamos un poco de todo, como en casa de cualquier persona. En aquel salón con mesa camilla y tapetitos de crochet se respiraba más calor de hogar que en muchas casas “respetables”, si es que hay alguien que en su estupidez no considerase respetable la casa de aquella mujer.

 Lo tengo claro. La marginación, la exclusión o como infiernos se quiera llamar es algo que vive en las mentes de los marginadores y de los que se resignan a ser marginados renunciando a la conciencia de sí mismos, de la propia dignidad y de propio respeto. He visto la dignidad en personas que otros tachan de indignas y viceversa. Nuevamente todo depende del color del cristal con que se mire. Sería un ejercicio interesante coger a una docena de personas acomodadas, no necesariamente ricas (pues ¿acaso usted y yo que tenemos coche, ordenador, televisor, microondas, secador de pelo, vitrocerámica teléfono móvil  y un largo etcétera de cosas prescindibles no somos “acomodados”?) dejarlos con lo puesto y soltarlos sin un céntimo en la calle durante un mes en una ciudad en la que no conociesen a nadie. ¿Acaso alguno o alguna no quedaría de la guisa del señor que dormía la mona en el cajero la otra noche? Pudiera ser.  

jueves, 5 de enero de 2012

AL MARGEN (II)

 Vinieron a mi memoria recuerdos de la época en la que trabajé en el comedor de una asociación benéfica. Uno habría esperado encontrar allí sólo población con una larga estancia viviendo en la calle, pero lo cierto es que había de todo, incluso personas a las que si sólo un año antes les hubieran dicho que iban a tener necesidad de acudir a un comedor social no lo hubiesen creído.  Hombres y mujeres con una vida como las de ustedes o la mía a los que un momento dado se les empezó a torcer la cosa y en una sucesión de golpes en los que se combinaron las decisiones equivocadas y la mala suerte lo perdieron todo. Conocí a un artista de circo, un aparejador, un contable, una esposa abandonada… Luego estaban los que habían tenido que buscarse la vida desde niños en la economía sumergida a falta de oportunidades o de vista para saberlas ver y aprovechar ¿quién sabe? El caso es que habían pasado años yendo de penuria en penuria mientras el cuerpo se les iba quebrantando y el alma se les insensibilizaba para poder ignorar el sufrimiento en alguna medida. De todos estos, quien más me impactó fue R. (oculto su nombre por discreción). Legionario, presidiario, limpiabotas, vendedor ambulante… la sucesión de oficios era larga y la “palos” dados aquí y allá al margen de la legalidad también. Yo lo conocí ya mayor, enfermo y de vuelta de todo. No le pedía nada a la vida más que tener algo que comer y donde reclinar la cabeza.

 Me planteo pues la siguiente pregunta: ¿Cuándo puedes considerarte “marginado”? O como se dice hoy, en esta época de eufemismos abominables, “en situación de exclusión social”. El caso es que no sé qué resulta más brutal: que te digan que estás “marginado” o que estás “excluido”. ¿Cuándo se es pues objeto de ser designado de esta manera? ¿Al perder el empleo? ¿Al gastar hasta el último céntimo que tengas? ¿Al perder la casa? ¿Al tener que recurrir a la beneficencia? ¿Cuándo demonios pues? Me voy a permitir argumentar mi particular visión al respecto a través de mi experiencia con uno de los colectivos peor vistos: las mujeres que se dedican a la prostitución.

(Continuará)

miércoles, 4 de enero de 2012

AL MARGEN (I)

 La otra noche, mientras paseaba a los perros, fui al cajero automático de mi banco. Uno de esos que no están en plena vía pública, sino en un pequeño portalito que se abre con la tarjeta. Me encontré con la estampa que uno puede encontrarse en este tipo de cajeros a las tantas: una persona durmiendo dentro. Era un hombre de edad difícil de precisar por los estragos que la mala vida había causado en su cuerpo: rostro hinchado y enrojecido por el alcohol, a la par que ajado por el sol; pelo gris y ensortijado, manos agrietadas de uñas renegridas y ropa destrozada, calzaba unos botines sin cordones y dormía en el suelo hecho un ovillo, sin una sola pertenencia. Conocía al tipo. Aparece y desaparece regularmente en mi barrio con su paso vacilante, su verborrea ininteligible y su eterno cartón de vino. Me avergüenza admitir que mi reacción fue de fastidio. No me hacía ninguna gracia entrar a sacar dinero con aquel hombre dentro, pero menos me apetecía aún irme a otro cajero y que me clavaran una comisión (ya he mencionado en alguna ocasión que soy de natural tacaño) así que me decidí y entré. Dentro olía espantosamente y no me tengo por persona demasiado escrupulosa en este aspecto. Mientras operaba en el cajero el pobre diablo se volvió y con voz entrecortada me pidió un cigarrillo que no pude darle. Al momento siguió durmiendo como si tal cosa. Salí con mi dinero y regresé a casa sumido en la confusión.  Me resultaba perturbador pasar junto a un hombre ebrio durmiendo en el suelo en plena noche sin prestarle la menor atención, pero evidentemente a casa no me lo iba a llevar y de nada habría servido sugerirle que se fuera al albergue municipal. Me acosté sintiéndome mal.

 (Continuará)

lunes, 2 de enero de 2012

AMANECER DE UN AÑO NUEVO

Sí, ya sé que el Año Nuevo amaneció ayer, pero es que me pilló trabajando y no he tenido tiempo de sentarme a escribir hasta hoy.  De todos modos, con esto de que al caer el festivo en domingo pasa al lunes (¡cómo puede ser que un festivo caiga en domingo, habrase visto!) aún es posible percibir esta mañana cierto resto del agrio regustillo a resaca que caracteriza al día de Año Nuevo.

 Hace tiempo que no sufro una  resaca, ni en Año Nuevo ni en ninguna otra mañana, pero las he sufrido… y de antología, lo mismo que la cogorza a juego. Y es que hay unas edades en las que parece que eso de empalmar la noche con el día al despedir el año es de precepto y que si no lo haces va a ser que eres un raro o un inadaptado. Unas edades en las que no tener una respuesta a la altura de las circunstancias  para la consabida pregunta de “¿Qué vas a hacer en Nochevieja?”  reviste tientes trágicos. Yo, como de adolescente (y más allá y aún hoy de alguna manera a mis treinta y muchos años)  era una especie de friki absolutamente inclasificable nunca fui a una de esas típicas macro fiestas de fin de año, que por otra parte siempre me han parecido lo más absurdo del mundo, pues ¿qué chiste tiene ponerte tus mejores galas para acabar deshecho y desmadejado al amanecer, con la mirada perdida y el moco caído, teniendo además que pagar una pasta a cambio de copas de garrafón (con el consabido riesgo de quedar ciego, estéril o demente) y música machacona para moverte espasmódicamente imitando algo que algunos osan llamar baile en la compañía de cientos de seres humanos borrachos, sudorosos y salidos? Si eres mujer resulta, si cabe, mucho peor, pues a todas las penurias citadas hay que añadir la tortura de un modelito excesivamente ligero (ya podría caer fin de año en agosto) y unos tacones inverosímiles que parecen expresamente diseñados para hacer el mayor daño posible. Si los esforzados fiesteros llegan en pie al final de tamaña prueba aún se dirigirán hacia sus casas por la mañana recordando en movimientos y semblante a los extras de “La noche de los muertos vivientes”, pero resueltos a jurar sobre la Biblia que se lo han pasado de órdago. Algunos, empero, lo dirán con absoluta sinceridad y es que el masoquismo abunda.

 Mi mejor nochevieja de los años mozos la pasé jugando a las cartas y de cháchara con un grupo de amigos (esa noche lo más fuerte que bebí fue coca cola). La peor fue una en la que me dio por salir al centro. Acabé como una cuba y con la impresión de haberme colado en el gabinete del Doctor Caligari. Luego hubo  algunas fiestecillas caseras aquí y allá de desigual balance. Hubo incluso una de disfraces, ya conviviendo con mi esposa. Esa estuvo bien.

 Hoy día, sin embargo, no aspiro más que a cenar con mi esposa, mis hijos y mis padres (que Dios guarde muchos años). ¿Alguien piensa que soy soso o aburrido? Me resbala. ¿Si mis circunstancias personales fueran otras seguiría yéndome de juerga? No lo sé. Mis circunstancias personales son justo las que he elegido y me parecería enfermizo a la par que inútil especular  con algo que no existe.

 Hace unos pocos días una persona muy querida me decía que iba a pasar la nochevieja cenando con sus padres y su pareja, que esa noche todo el mundo va como loco y que para meterse en un tugurio donde no se iba a poder ni sentar, mejor se quedaba en casa tragándose el especial de fin de año con estufa y mantita. Su pareja opinaba además muy razonablemente que no tenía chiste salir teniendo que coger el coche sin poder tomarse además ni una copa, que no es que sea dado a beber, pero carajo, ya que sales te apetece tomarte algo. Esa actitud es la de la sabiduría.  El problema es que hay gente que sale, bebe (y no solo una copa), coge el coche y lo que se tercie.

 Como ya he dicho, he empezado el año trabajando. La guardia de año nuevo en mi Comunidad Terapéutica es una experiencia curiosa pues se respira la esperanza por una vida nueva junto con el pesar de los oscuros recuerdos de pasadas nocheviejas llenas de excesos. Es material para la reflexión. Seamos moderados. Viviremos más y mejor.

 Feliz 2012, otra vez.

HITLER, EL INCOMPETENTE