No soy capaz de recordar una sola intervención en campaña electoral de ningún político de mi país en la que no se haya apelado de una u otra manera a los sentimientos elementales de los ciudadanos. Ello evidentemente se agudiza en momentos históricos como los que actualmente vivimos, de crisis económica. ¿Hemos de olvidar que uno de los mayores tiranos de la historia de la humanidad, Adolf Hitler, accedió al poder en 1933 ganando unas elecciones, no habiendo dejado sin tocar una sola fibra sensible de un pueblo alemán empobrecido y desesperanzado?
Durante esta campaña electoral que ayer finalizó, nuestros flamantes candidatos de los dos partidos mayoritarios (esa es otra lacra de muchas “democracias” supuestamente maduras, el bipartidismo) han echado mano a las habituales llamadas al “voto útil” alimentando la falacia de que un gobierno con mayoría absoluta en las cámaras de representantes es lo deseable. Deseable desde luego para gobernar sin oposición y ganar siempre las votaciones en las sesiones de las cámaras por aquello que se ha dado en llamar “disciplina de partido”, por la cual todos los diputados o senadores de un partido votan a favor de los postulados del partido, con lo que dejan de ser individuos, sino meros servidores de un sistema establecido. ¿Entonces a quién representan sus señorías? ¿A los ciudadanos de sus circunscripciones o al partido? ¿Y a quién representa el partido?
Si ¿a quién representa el partido?
En esta campaña he escuchado un argumento por parte de uno de los candidatos que, sinceramente, me ha dado ganas de vomitar. Pedía el voto para su partido para ganar una mayoría absoluta que calmase a los mercados (los mercados con suelos de parquet y pantallitas de colores en los que se compran y venden fortunas) esos mismos mercados cuya irresponsabilidad y avaricia atroz nos ha llevado a la situación económica actual. En unos días en que las palabras “prima de riesgo” (sin que mucha tenga la más pajolera idea de qué diantre significa eso, más allá de que suena muy mal) ser repite compulsivamente en todos los medios de comunicación, dar a los electores el mensaje: “dadme el control absoluto para que pueda convencer a los inversores extranjeros de que vuelvan a confiar en nuestro maltrecho país” me parece un acto de manipulación brutal, obsceno y de absoluto desprecio para la inteligencia de los ciudadanos.
¿A quién representa el partido?
Hace unas semanas hemos visto como la Unión Europea daba al gobierno griego un mensaje muy claro sobre la improcedencia de someter a referéndum (una forma de democracia directa) la aplicación del paquete de medidas económicas impuesto a cambio de la concesión de ayudas. Dicho de otra manera: cuando hablamos de pasta la voluntad popular importa un rábano. Cuando hablamos de política no hablamos de la voluntad popular, hablamos de pasta.
No vivimos en democracia. Vivimos bajo una oligarquía encubierta por las pantomimas de unos demagogos baratos que se dicen políticos. Churchill dijo que “un político empieza a ser un estadista cuando empieza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Entre los políticos de hoy los estadistas brillan por su ausencia.
Pero ¿qué hay del electorado? Churchill también dijo que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”. Suena prepotente, pero a mi entender resulta obvio que los bipartidismos alternados en el poder (republicanos-demócratas en EE UU, conservadores-laboristas en el Reino Unido, esos que ustedes saben-esos que ustedes saben…) son fruto de la hábil manipulación ejercida sobre el electorado, que llega a convencerse de que realmente no hay otras alternativas o de que la inclusión de otras fuerzas políticas va a ser un factor de inestabilidad o de que los partidos minoritarios están formados por exaltados o visionarios desconectados de la realidad (esto último puede ser cierto en algunos casos, pero… ¿qué pruebas tenemos de que lo harían significativamente peor que los respetables candidatos de los partidos mayoritarios, a los que tanto denostamos pero que seguimos votando cada cuatro años?) Cuentan que en las primeras elecciones de la democracia española en algunas localidades de nuestra querida Andalucía llegaban personas a los colegios electorales preguntando “¿cuál es la mesa de Felipe?” Puede que sea una leyenda urbana, pero ilustra que para un sector del electorado el candidato no es un vendedor de un producto que debe ser de calidad, sino un producto en sí mismo con el que se entra en relación en términos de “me gusta” o “no me gusta”; “me cae bien” o “me cae mal”… La votación se convierte pues en un acto emocional, no racional… con lo cual se demuestra que la demagogia es lo ideal para forzar un resultado en unas elecciones democráticas.
Pero ¿qué hay del electorado? Churchill también dijo que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”. Suena prepotente, pero a mi entender resulta obvio que los bipartidismos alternados en el poder (republicanos-demócratas en EE UU, conservadores-laboristas en el Reino Unido, esos que ustedes saben-esos que ustedes saben…) son fruto de la hábil manipulación ejercida sobre el electorado, que llega a convencerse de que realmente no hay otras alternativas o de que la inclusión de otras fuerzas políticas va a ser un factor de inestabilidad o de que los partidos minoritarios están formados por exaltados o visionarios desconectados de la realidad (esto último puede ser cierto en algunos casos, pero… ¿qué pruebas tenemos de que lo harían significativamente peor que los respetables candidatos de los partidos mayoritarios, a los que tanto denostamos pero que seguimos votando cada cuatro años?) Cuentan que en las primeras elecciones de la democracia española en algunas localidades de nuestra querida Andalucía llegaban personas a los colegios electorales preguntando “¿cuál es la mesa de Felipe?” Puede que sea una leyenda urbana, pero ilustra que para un sector del electorado el candidato no es un vendedor de un producto que debe ser de calidad, sino un producto en sí mismo con el que se entra en relación en términos de “me gusta” o “no me gusta”; “me cae bien” o “me cae mal”… La votación se convierte pues en un acto emocional, no racional… con lo cual se demuestra que la demagogia es lo ideal para forzar un resultado en unas elecciones democráticas.
Sin embargo hay que ir a votar. ¿Por qué? Como respuesta cito el siguiente fragmento del libro primero de la Política de Aristóteles:
"Es pues manifiesto que la ciudad es por naturaleza anterior al individuo, pues si el individuo no puede de por sí bastarse a sí mismo, deberá estar con el todo político en la misma relación que las otras partes lo están con su respectivo todo. El que sea incapaz de entrar en esta participación común, o que, a causa de su propia suficiencia, no necesite de ella, no es más parte de la ciudad, sino que es una bestia o un dios".
Cámbiese la palabra “ciudad” por “sociedad” (para Aristóteles, como ateniense, la ciudad, la “polis” constituía todo su horizonte social; en esto sin embargo aventajaba a muchas personas que conozco para las que el horizonte social no va más allá del bar de la esquina). El pensador deja claro que el individuo es gregario, social y tiene la posibilidad de participar en la vida pública. Ser ciudadano es una responsabilidad y si ésta no se ejerce, bueno… Dejémoslo en que no somos dioses. Hay que votar con un criterio, bueno o malo pero con un criterio y evitar prácticas como el voto en blanco (que redunda en una pérdida de representatividad de los partidos minoritarios), la abstención (que favorece a los partidos mayoritarios) o los votos nulos con notitas obscenas y otras niñadas por el estilo, que los integrantes de las mesas electorales ya tienen bastante con tener que estar todo el día ahí sentados y luego hacer el recuento. Hablando del voto en blanco, hay por ahí un movimiento social que reivindica que los votos en blanco sean computados no sólo dentro del número total de votos válidos, sino como un segmento de elección más y que se traduzcan en asientos vacíos en las cámaras de representantes… Me parece lo más absurdo que he oído en mi vida. Un asiento vacío no es una protesta… Es un mueble. Luego están los anti sistema que quieren ver como todo salta por los aires y acampan en la vía pública y leen manifiestos mientras se les van pegando todo tipo de desarrapados y holgazanes que convierten sus movilizaciones en un circo, cuando no en algo peor. Algunas actitudes dan risa, como una señora que ví en Facebook hace unas semanas y que se confesaba “anarquista total”. Confesarse anarquista hoy día es como salir a una autopista con un Ford T de 1907… Un atraso. Afortunadamente lo más seguro es que la buena señora no tuviese ni puñetera idea de lo que estaba hablando.
Mañana votaré a quien me de la gana. Votaré en conciencia y si me equivoco en mi elección estaré ejerciendo mi derecho a equivocarme, pero lo que nunca haré será acudir a un mitin y aplaudir a un fantoche. Puede que como ciudadano de a pie la oligarquía que manda en la sombra se esté cachondeando de mí, pero ser cornudo y apaleado ya pasa de castaño oscuro. Seré un ciudadano corriente, tendré vergüenza y me someteré a las leyes. Si todos los políticos, banqueros, empresarios, profesionales liberales, funcionarios, obreros, antisistema, anarquistas de fin de semana, curas, monjas… en fin, todo hijo de vecino se limitase a hacer lo mismo otro gallo nos cantaría y no habría ni crisis ni nada que se le pareciera.
Para que veamos que vivimos en una dictadura encubierta. Si el FMI o el Banco Central Europeo o Alemania lo dicen, las comparsas (todos los países de Europa) acatan sin rechistar. Si hay que cambiar la Constitución Española, se cambia en 24 horas. Si hay que suspender un referendum, se suspende. Hasta Berlusconi es echado, cosa que ni la justicia por sus contactos con la mafia, con sus prácticas monopolístas o de tráfico de influencias,o sus escandalos sexuales con menores, han podido hacerlo. Anda que la Unión Europea se considere a sí misma como exportadora de derechos humanos y democracia.
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