Pero es que justo es ahí donde radica el quid de la cuestión, en nuestra capacidad de elegir. Es lo que nos define como humanos. Los lobos tienen que matar para comer, no tienen elección. En circunstancias y momentos históricos en los que el sentido común y los valores parecían haberse ido por el garete, como en la Alemania Nazi , hubo gente que escogió seguir siendo lo más humana posible y seguir tratando a sus semejantes como personas, a menudo con riesgo para sus propias vidas. En ello radica la grandeza del ser humano, en que no estamos predestinados a nada, en que nuestro futuro es una hoja en blanco por escribir y somos dueños de todo lo que hagamos. El marido de la señora con la que me encontré en el supermercado puede elegir volverse a poner en tratamiento y tratar de recuperar la dignidad; los sujetos de Zimbardo pudieron elegir no maltratar a los prisioneros… Nosotros podemos elegir ser humanos en lugar de ser lobos para el hombre, como dijo Thomas Hobbes: “homo homini lupus”, “el hombre es un lobo para el hombre”… sólo si deliberadamente decide serlo. Somos libres.
Caminando por la calle siempre me ha gustado fijarme en los rostros de las personas: rostros anodinos, alegres, inteligentes u obtusos, rostros bellos o feos, luminosos o sombríos… ¿Qué hay detrás de esos rostros? ¿Cuántos lobos con piel de cordero me cruzo al cabo del día? ¿En qué medida lo he sido yo mismo o incluso puedo serlo hoy día para otros? Son preguntas que me asustan. Por el momento continúo dedicado a mi trabajo, intentando ayudar a aquellos que deciden retomar el control de sus vidas y escribir su historia sobre hojas nuevas al tiempo que yo intento hacerlo cada día con la mía propia.
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