lunes, 21 de noviembre de 2011

VEINTE DE NOVIEMBRE (y II)

 Tal vez sea por lo mucho que me gusta la historia que me moleste tanto su instrumentalización y manipulación, sea cual sea el color político de quien manipula. Mis simpatías o antipatías no hacen al caso, pero considero una estupidez ir por ahí quitando placas conmemorativas del franquismo, cambiarle los nombres a las calles y las plazas o pedir que se descafeíne el Valle de los Caídos. Las muestras cuasi folclóricas de grupos de nostálgicos de la dictadura no son más que rescoldos de aquellos fuegos que otrora calcinaran este país. Si nos limitamos a ignorarlos se irán consumiendo sin más alharaca, en silencio, hasta ocupar el lugar que les corresponde en los libros de historia cuando haya muerto el último que añore el régimen de franco. Estos grupos antifascistas (pero igualmente dogmáticos y totalitarios que los mismos fascistas) se dedican a hacer contramarchas y mucho ruido (que es todo lo que saben hacer) y un gobierno estúpidamente timorato se dedica a promover una esperpéntica Ley de la Memoria Histórica que trata de vender la parte de que Franco era un rebelde que se levantó en armas contra un gobierno legalmente establecido (lo cual es cierto), pero que ignora el deterioro político y social de la España republicana y su progresiva sovietización, acentuada durante el desarrollo de la guerra, así como los crímenes cometidos por el bando republicano (tan atroces como los de los rebeldes, ¡demonios, que se trataba de una guerra!)… Con estos mimbres sólo trenzamos la continuación del sinsentido, un intento absurdo de prolongar la división artificial de las dos Españas. Mientras los que vivieron aquella tragedia van envejeciendo y muriendo, nuevas generaciones se van encargando de perpetuar el odio y la intolerancia. Aquéllos hicieron lo que pudieron en una época convulsa que les sometió a una prueba inhumana, mientras éstos últimos corean consignas por el gusto de corearlas. Una sociedad auténticamente democrática debería estar por encima de tantas pamplinas.

 Mientras esos grupos raros se limiten a cantar el Cara al Sol en alguna concentración a la que nadie en su sano juicio haría ni puñetero caso… Por mí que canten hasta quedarse afónicos y que levanten el brazo hasta que les den calambres.


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