lunes, 14 de noviembre de 2011

DECÁLOGO DE SU SEÑORÍA D. EMILIO CALATAYUD PARA FORMAR UN PEQUEÑO DELINCUENTE. 1- COMIENCE DESDE PEQUEÑO A DAR A SU HIJO TODO LO QUE PIDA.

No puedo resistir la tentación de, enlazando con el tema anterior, sacar un poco de punta al magistral decálogo que el juez de menores D. Emilio Calatayud propone como crítica feroz a esos padres que han perdido el norte, el sentido común y un poco la e dignidad… Estas máximas de lo que no se debe hacer deberían estar grabadas en piedra sobre las puertas de todos los colegios de este país y deberían darte una copia cuando fueras a apuntar al niño en el Registro Civil.

1- COMIENCE DESDE PEQUEÑO A DAR A SU HIJO TODO LO QUE PIDA.

Después de esta brutal declaración el señor juez puntualiza: “así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece”.

Decir “no” es difícil. Ver llorar a un hijo también, pero cuando uno genera un mínimo de sensatez y es capaz de ver las cosas con cierta perspectiva, descubre que no es exactamente lo mismo ver llorar a tu hijo porque tenga hambre o le duela algo que por una furibunda rabieta ante una negativa. Hay padres que no distinguen lo uno de lo otro, los hay a los que les da igual y que con tal de no oírlos los sobre inundan de cosas.

Conozco un matrimonio, bastante bien provisto de euros, cuya casa en la mañana de reyes se convierte en un despropósito. La cantidad de juguetes desparramados por el salón es tal que uno no sabe por donde empezar. Los niños cogen uno, lo sueltan, lo dejan a medio montar… Cuando llega la hora de hacer un regalo a esos niños la pregunta que uno inevitablemente se hace es: ¿Qué regalo a unos niños que lo tienen todo? A mí me encantan los juguetes y no es que tenga un trauma de la infancia por no haberlos tenido, porque gracias a Dios tuve… y bien bonitos además, pero cuando he estado en esa casa en la mañana de Reyes se me ha caído la baba de ver algunas de las maravillas que había allí tiradas por el suelo, sobre las que sólo faltaba que el hijo menor de la familia (la criatura más zafia, desagradable, bruta y consentida que ha parido madre) se orinara después de haberlas pateado. Una vez la criatura en cuestión vino al cumpleaños de mi hija pequeña, un año que no tenía ganas de complicarme la vida y se lo celebramos en una hamburguesería de esa cadena del payaso. Todos los niños invitados aceptaron estoicamente el menú que estaba incluido en la tarifa (y que no estaba nada mal, por cierto) menos la criaturita en cuestión, que se empeñó en pedir un menú distinto. Se ve que el incluido en el precio no le parecía suficiente. Evidentemente se tuvo que aguantar. Si mi hija me hubiese puesto en evidencia de semejante manera se habría ganado una muy buena reprimenda, que el pequeño Atila no tuvo y que no tuvo siquiera cuando se dedicó a despojar a los globos de una especie de soportes sujetos a unas varillas de plástico para empezar a usar éstas a modo de florete, pinchando a los otros niños invitados con el riesgo evidente de dejar tuerto a más de uno. De buena gana lo hubiese ahogado en la piscina de bolas, pero desgraciadamente no la había.

Niños consentidos hay demasiados. Padres, tíos y abuelos que no dudan en comprar el cariño o un triste sucedáneo de éste, también.

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